AQUELARRE
Fecha: 15/02/2018,
Categorías:
Sexo en Grupo
Autor: lib99, Fuente: RelatosEróticos
... la mayoría de los asistentes. Repartidos por el jardín, entre combinados y canapés, aquello parecía más un anodino evento social que un acto satánico. Salomé, de la que tenía una imagen más bien retraída, se desenvolvía en aquel ambiente con total familiaridad; más sorprendente aún cuando la mayoría de aquella gente parecía muy alejada de su ámbito social. Puede reconocer entre ellos a algunas personalidades de la ciudad: empresarios, políticos, artistas e, incluso, a algún egregio miembro de la comunidad universitaria. Al poco nos indicaron que entráramos en la casa. Divididos por sexos nos repartieron en diferentes estancias y nos proporcionaron a cada uno una túnica de tela negra con capucha, la cual nos enfundamos tras desprendernos de toda la ropa. Me llamó la atención ese punto de pudor y buenas maneras: separar a hombres y mujeres para cambiarnos, cuando nos estábamos preparando para una orgía. Supongo que la liturgia es importante en todas las confesiones, incluidas las satánicas. Una vez preparados nos dirigimos todos al salón principal, una enorme estancia que en su momento de esplendor debió lucir señorial; había sido acondicionado como templo mediante candelabros con las típicas velas negras, telas igualmente oscuras decoradas con extraños símbolos, un altar improvisado sobre una imponente y apropiada mesa de mármol y en el centro del salón, pintado sobre el suelo, inevitable, un gran pentagrama repleto de críptica simbología. La escenografía logró su efecto. El ...
... ambiente distendido y alegre que reinaba entre los presentes cambió una vez dentro del templo. Silencio y solemnidad se adueñaron de nosotros, especialmente cuando entró en la sala la sacerdotisa. Enfundada en la amplia túnica color escarlata y cubierta por la capucha, como todos nosotros, no pude adivinar su aspecto, pero por su voz y sus movimientos la supuse una mujer de unos treinta años. Inició la ceremonia, empleando una especie de latinajo y gran teatralidad para representar una ceremonia que imitaba, de manera pretendidamente siniestra y un tanto paródica, una misa católica. No obstante, su voz resultaba cautivadora, hipnótica; era imposible no dejarse mecer por sus vibraciones. En un momento dado, a modo de comunión, nos repartió unos cálices de los que bebimos un caldo cuyo sabor no supe identificar –¡espero que no sea sangre!, recuerdo que pensé–. De inmediato sentí como subía la temperatura de mi cuerpo y un agradable mareo se apoderaba de mi mente. Afectados todos por las mismas sensaciones, un fuerte influjo sexual se apoderó de la atmósfera del templo. Entonces, a una orden de la sacerdotisa, todos se desprendieron de sus túnicas. Yo les imité, excitado. Como en un sueño, docenas de cuerpos desnudos a la titilante luz de las velas comenzaron a buscarse entre sí, a cimbrar y a rozarse, danzando al compás de una inaudible música, densa y sexual que todos sentíamos resonar dentro de nuestras cabezas. ¡Al fin! –Exclamé desde algún lugar de mi embotado cerebro– El ...