1. Mi primer trabajo


    Fecha: 18/09/2017, Categorías: Hetero Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Aún recuerdo cuando fui a trabajar a aquel pueblo perdido entre los montes. Yo había obtenido mi título de medicina el mes de junio y, en agosto, surgió mi primer trabajo. Se trataba de sustituir en sus funciones al médico titular de aquella localidad de la que tantas cosas tengo guardadas para el resto de mis días. El autobús de línea bordeaba aquellos cerros dorados por el pasto y el aire tórrido del verano mientras yo sentía como me embargaba una mezcla de sopor y nerviosismo. Me iba a enfrentar a mis primeros pacientes, tenía que pasar entre aquellas casas ya visibles a lo lejos un mes completo, sin poderme mover del lugar ( en aquella época el servicio era continuado). Cunas (ese era el nombre del pueblo) apenas sí llegaba al millar de habitantes. La noche de mi llegada mantuve una entrevista con el alcalde quién me mostró el consultorio y me acompañó e intercedió por mí en todo lo referente al hospedaje. De esa forma terminé en aquella casa, que, sin ser posada de forma establecida, había pertenecido a una señora la cual daba hospedaje a médicos, veterinarios, músicos de fiestas, y todo tipo de transeúntes y trabajadores temporales que tuviesen que pernoctar por alguna circunstancia. La propietaria había fallecido en el último año y la casa pertenecía a su hijo, el cual se dedicaba al comercio y la representación de comestibles por lo que pasaba la práctica totalidad del tiempo fuera del pueblo, dejando las labores de la casa a Luisa, su joven esposa y madre de una ...
    ... criatura de poco menos de un año. Cada día, terminaba la consulta tarde, siempre después de las dos del mediodía. Luisa tenía la deferencia de esperarme para almorzar juntos. Procedente de un patio con abundantes flores, a través de una cortina la luz implacable de agosto penetraba en visillos a aquella estancia impregnada por el frescor y la textura que el aire adquiere en las casas antiguas. La joven dueña era una mujer afable, servicial, educada y bastante sensual. Tenía los ojos grandes, realzados por un tenue contorno de lápiz. Sus iris eran de color miel y parecían que te iban a tragar cuando te miraban fijamente. Para estar en casa recogía sus cabellos teñidos de un rubio ya suplantado por vetas de su oscuro color natural en un moño que coronaba graciosamente el vértex de su cabeza, y que junto con el resto de sus rasgos y sus ademanes la dotaba de una vistosidad especial. Vestía un vestido blanco de lino, extremadamente delicado y transparente que permitía al contraluz de la puerta del jardín adivinar la suavidad del contorno de sus muslos, su cintura y cuando se ponía de perfil, también sus pechitos. Como era consciente de lo que mostraba al trasluz, solía levantarse de la mesa con frecuencia e ir a la cocina pasando por delante de aquellos haces de luz, dándose perfecta cuenta que atraía mi mirada como un imán en cada uno de sus pasos. A la hora de la cena, ya con su marido presente, solía cuidar mucho más su atuendo y esos ademanes que transportaban la imaginación de ...
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