1. LA MORDEDURA DE LA ANACONDA


    Fecha: 20/03/2018, Categorías: Dominación Autor: lib99, Fuente: RelatosEróticos

    ... atenazada entre el creciente temor que le provocaba la implacable agente y el morbo que pese a todo le producía la situación, pero la habilidad de los dedos de aquella y su libido siempre alerta le impelían a dejarse arrastrar por el placer. La capitana le arrancó las bragas con violencia y continuó pajeándola. Jugó hábilmente con los labios y el clítoris, mientras con un dedo exploraba el interior del coño. Sí, desde luego sabía utilizar sus manos. Cuando notó bien lubricada la vagina aproximó el rostro, inhaló los efluvios de su interior y comenzó a lamerla. Vandelha pudo comprobar, entre gemidos, que Vanidad era igual de habilidosa con la lengua. Le devoró el coño con ansia, como un animal salvaje, como si fuera a succionarlo, a arrancárselo de la entrepierna. Se lo chupó, lamió y mordió, provocando a la chica gemidos de placer y de dolor. Estimuló el clítoris hasta llevarla al borde del clímax, deteniéndose un segundo antes de que se desbordara. Introdujo entonces dos, tres dedos en el interior de la palpitante gruta al tiempo que sus dientes se clavaban en la tierna carne de los labios. –¡Sí! –Gemía Vandelha, desatada– ¡Sí, sigue, no pares! –Lo sabía. Eres toda una zorra. Una auténtica perra en celo. Como si las palabras de Vanidad fueran un detonante, Vandelha estalló, convulsionada por un incontenible orgasmo. Los efluvios vaginales eyacularon como un aspersor, empapando el rostro de la capitana, quien abrió la boca para recibirlo gruñendo como una loba en celo. Sin ...
    ... darle tiempo a reponerse, Vanidad le agarró con fuerza y la arrojó al suelo. Vandelha quedó a cuatro patas, con la melena cubriendo su sudado rostro, la camiseta enrollada sobre su abdomen, dejando a la vista las jugosas tetas que escapaban por encima del escote y la falda arremangada, descubriendo sus redondos glúteos, enrojecidos por el rato que habían permanecido contra la superficie de la mesa. Notó en sus rodillas y en las palmas de las manos la fría superficie del embaldosado. Vanidad se le colocó delante todo lo alta que era, con sus interminables piernas abiertas tanto como le permitía la estrecha falda y una sonrisa de dominación en el rostro. Sus manos se posaron sobre sus muslos y elevaron la falda, descubriendo las negras ligas de encaje que sujetaban las medias, hasta dejar a la vista las bragas. El color de su piel era de un suave cobrizo, herencia de sus raíces mexicanas, que contrastaba con la blancura nacarada de Vandelha. Estiró la goma de la braga y metió su mano dentro. Buscó con los dedos lo que escondía entre los muslos, pegado al perineo para que no abultara la ligera tela. Despacio, extrajo una enorme polla, acompañada de dos magníficos testículos. – III – Vandelha, con la boca abierta y los ojos como platos, se quedó mirando el oscuro y venoso trozo de carne que, incluso flácido –apenas se había amorcillado–, colgaba hasta medio muslo. Trató de imaginársela en plena apoteosis, hinchada, alargada y palpitante por el bombeo de la abundante sangre que ...
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