Un párroco blasfemo, sacrílego y muy lascivo
Fecha: 16/08/2024,
Categorías:
Confesiones
Autor: El Manso Embravecido, Fuente: CuentoRelatos
En mi juventud era raro que en mi círculo más íntimo de amistades hubiera personas que no compartiesen mis inquietudes políticas, filosóficas, gustos musicales, etc.
Rompía la norma un colega, al que conocía desde la infancia, que aunque era todo lo contrario a mí, manteníamos el contacto.
Juan, que así se llama el colega, no era parte de mis pandillas de juerga de los findes, ya que no era trasnochador. Nuestros encuentros eran más de tardeo y terraceo.
Él es un ferviente católico y conservador en política. Yo soy todo lo contrario. Soy materialista filosófico, o sea ateo, y muy progresista en política.
Con Juan suelo entablar largos debates, charlas muy placenteras. Mantenemos la conversación dentro del respeto y la cordialidad.
Él para darle más consistencia a sus argumentos recurre a citas de San Agustín, Tomás de Aquino y René Descartes. Yo para rebatirlo, realzo mis argumentos con citas de Jean Meslier, Barón de Holbach y Friedrich Nietzsche, entre otros.
Juan disfruta mucho con nuestras discusiones porque le dan la oportunidad de expresar sus pensamientos y desarrollarlos, aunque sea con alguien que no los comparta. La mayoría de sus colegas universitarios no están muy interesados en la filosofía o la teología y enseguida le ponen excusas para no tener que aguantarle la chapa. Por mi parte, agradezco el tener un conversador enfrente que no repita lo mismo que yo, que difiera, porque eso me estimula a exprimirme más la sesera y a buscar buenos ...
... argumentos con los que intentar rebatirlo.
Él compaginaba los estudios con el cargo de sacristán en una parroquia. También hacía las labores de jardinería y recadero en la casa parroquial donde vivía el nuevo sacerdote. Este era un hombre de unos 40 años, casi obeso y con una alopecia incipiente. Vino a sustituir a Don Genaro, el cura de toda la vida, que por fin decidió retirarse a la edad de 82 años.
El nuevo sacerdote, que se llamaba Don Antonio, solo estaría de forma interina, mientras no mandaran al que se quedaría de forma definitiva.
Juan, una tarde de las que reservábamos para nuestras divagaciones filosóficas, de repente, cambió de tema para hacerme partícipe de sus malas impresiones respecto al nuevo sacerdote. Los escasos tres meses que Don Antonio llevaba ya en la parroquia le estaban dejando a Juan una sensación de fuerte decepción.
Os transcribo, de boca del propio Juan, la confidencia que me hizo hace ya mucho tiempo y que yo comparto encantado con vosotros.
Pues, Jonathan, escucha. Un día que estaba por los jardines de la iglesia, cerca del cementerio, llegó una mujer de estas que van de señoronas, con sus abrigos de visón. Tenía unos 50 años. Me pregunta por Don Antonio. Le digo que está en la sacristía haciendo unas gestiones. La mujer se dirige al lugar. Unos minutos más tarde sale Don Antonio y me dice:
–Voy a confesar a Doña Eulalia. No nos molestes en todo ese tiempo.
–Muy bien. Yo seguiré con la poda –le contesto.
Después de terminar de ...