Mi primera vez por la cola
Fecha: 23/12/2024,
Categorías:
Anal
Autor: AlonsoLima, Fuente: CuentoRelatos
Tenía 23 años cuando entregué mi cola por primera vez. Todos mis novios anteriores, desde el primero con el que me acosté me la habían pedido, pero tenía miedo. Sabía que dolería y no estaba dispuesta a soportar el dolor. Todos me hablaban del placer que se podía sentir por allí, de lo distinto que es al sexo vaginal, del morbo y la complicidad, pero no lograron convencerme.
Soy nalgona, lo soy desde muy joven. Se que mis nalgas eran muy provocadoras y, de hecho, siguen siéndolo. No soy una mujer fea, pero tampoco espectacular o que resalte por su belleza, pero si agradable y cuando me produzco bastante atractiva. Mi mayor gancho son mis nalgas, que cuido hasta ahora y llaman la atención, más aún que han crecido algo más luego de mis dos embarazos.
A los 22 años estaba en el último año de universidad. Coincidió con una grave crisis económica para mi papá y la familia. Lo habían despedido unos meses antes y no conseguía un nuevo empleo. Estaba deprimido y eso no ayudaba a que se reposicione. Unos meses después logró reposicionarse, mucho mejor, por cierto, y la familia recuperó la tranquilidad y la holgura para vivir, pero en ese período difícil, perdí mi virginidad por la cola.
Para poder costear los aranceles de la universidad y mis propios gastos, tuve que empezar a trabajar en un pequeño minimarket. Como cajera. No era un trabajo difícil y me adapté rápido. Me complicaba los estudios pues el tiempo para prepararme para los exámenes y realizar los trabajos se ...
... reducía. Mi vida social casi se extinguió esos meses.
Unos dos meses luego que empecé a trabajar llegó al minimarket un amigo de papá. Lo conocía bien pues iba siempre a casa. Charlamos un rato y se retiró luego de comprar. Desde ese momento volvió varias veces y yo me explayaba más sobre lo difícil que era trabajar y estudiar. Como le tenía una cierta confianza por los años que lo había visto, no me resultaba difícil charlar con él.
Un día llegó casi a mi hora de salida y me propuso cenar algo cerca. Tenía mucha hambre y acepté. Fue una cena agradable y al concluir me dijo que tenía una propuesta de trabajo para mí. Que me la diría pero que, si no me agradaba, quedaba en nada y todo seguía igual.
Me llamó la atención. Y le pedí que hablara, que me dijera cual era la propuesta. Palabras más, palabras menos, se resumía en que él me pagaba lo mismo que en el minimarket por acostarnos una vez a la semana. Me pareció muy osado, pero para ser sincera, no me molestó. Más de una vez había charlado con mis amigas sobre tener un sugar daddy, entre risas y copas y allí, sin buscarlo, surgió una propuesta.
Le dije que no. Y le dije que no me incomodó su propuesta y que volviera cuando quisiera por la tienda. Charlamos un rato más, salimos y nos despedimos.
Volvió con frecuencia a la tienda el siguiente mes. Un par de veces me invitó a cenar. Ni una sola vez mencionó su propuesta. Finalmente, apremiada por lo complicado que se me ponía el fin de ciclo, le pregunté si la misma ...