Mil ojos de las azoteas
Fecha: 25/12/2024,
Categorías:
Hetero
Autor: dlacarne, Fuente: CuentoRelatos
-¿Qué te parece? -preguntó Jack con entusiasmo al abrir la puerta.
Era la primera vez que me invitaba a casa a comer. Llevaba tiempo hablándome sobre un pequeño tesoro que había encontrado en su nueva casa y tenía que enseñármelo. Cuando llegué, aquel viejo piso no me dio la sensación de albergar tesoros y, mientras él terminaba la comida, miraba de reojo por las esquinas tratando de averiguar de que se trataba. Terminó de cocinar y nos repartimos platos, cubiertos, la comida y una neverita con bebidas y salimos nuevamente a las escaleras de la comunidad para subir hasta el último piso. Allí había una puerta de chapa y cristales rotos, claramente mal encajada, de estas que tienen truco para abrirlas. Se peleó con la llave, la empujó a la vez que la levantaba y realizaba extraños movimientos, ya bien estudiados, ¡et voilà! Por fin ese tesoro del que me había hablado.
-¡Guau! -dije riéndome, con cierta sorna, pero satisfecha con “su tesoro”.
Rodeada de edificios cuatro y cinco plantas más altos, la azotea de Jack quedaba escondida entre hormigón, pero con unas vistas impresionantes a toda la costa de la ciudad. Había montado allí su humilde jaima con unas telas viejas, un sofá destartalado del que preferí no saber su origen y una mesita baja. Escudriñé con la mirada, di un gesto de aprobación y me pasó una cerveza. Para ojos de muchos aquello sería una cutrez, pero para dos pobres diablos como nosotros aquello era un verdadero tesoro. Brindamos con nuestras latas de ...
... marca blanca como si fuera un gran reserva y nos pusimos a devorar la comida como perros hambrientos.
Cuando tuvimos la barriga llena, nos escurrimos en el sofá, satisfechos y preparados para una larga digestión en el pequeño y precario paraíso. Tomándome la confianza que pensaba tener, me desabroché el pantalón del vaquero y me remangué la camiseta, enseñando barriguita. Mi anfitrión, viendo lo dispuesta que fui, desabrochó su cinturón y siguió mi ejemplo.
Desde las altas ventanas de sus vecinos, que nos vigilaban como atentos centinelas, se escuchaba el ruido del fregar de los platos, de las familias viendo la tele en la sobremesa y a algunos rezagados que llegaban a casa ahora y aún estaban preparando los cubiertos. El sol y el calorcito del verano que se acercaba apretaban bien, pero las telas de la rudimentaria jaima y la brisa marina, que llegaba lo suficiente para dejar su olor y regular la temperatura, convertían aquel humilde rincón en uno de los mejores sitios para estar a esas horas.
Nos fuimos dejando caer y el sopor de la digestión comenzó a hacer su efecto. Casi dormida, me escurrí por el respaldo del sofá hasta que el cuerpo de Jack me frenó. Al notar mi peso caer, estando ya batido en duelo con Morfeo, se recolocó y me echó el brazo por encima para que no quedara aplastado entre mi cuerpo y el sofá. No se si de manera intencionada o no, con esa mano que quedaba sobre mi costado desnudo empezó a hacer unas agradables cosquillitas a las que respondí con ...