Verónica, la enfermera enérgica y sumisa
Fecha: 12/01/2025,
Categorías:
Dominación / BDSM,
Autor: ghesuita, Fuente: CuentoRelatos
Verónica es enfermera y tiene cuarenta años. No es la típica uniformada de relato erótico sino, una profesional de carne y hueso que habita los hospitales en el conurbano bonaerense. No supera el metro sesenta, cuerpo triangular, tez trigueña y pelo negro lacio a los hombros y siempre recogido con coleta cuando cumple de guardia. Su rostro es ovalado, con pera casi en punta; las cejas denotan carácter fuerte que confirman ojos oscuros y grandes; la nariz aguileña y los labios delicadamente rellenos, siempre me recuerdan a Scully de “los expedientes X”. Precisamente, con unos pocos kilos más y cinco centímetros menos, mi amante es la versión “fotocopia no color” de Gillian Anderson.
La conocí en un gig en un bar en Banfield. Éramos unos cincuenta parroquianos, todos amigos y familiares del artista; ella me llamó la atención por el brillo de sus pantalones de cuero en la penumbra. Se le notaba enérgica pese a su altura y me propuse seguir con la mirada aquella figura bruñida; pronto concluí que no tenía pareja o al menos no la acompañaba aquella noche) y que paraba con otras dos mujeres, algo más grandes en edad y volumen.
De aquella tríada de enfermeras, Verónica destacaba en presencia; en un claro de luz verdosa pude ver sus pechos firme y en punta, la remera clara traslucía el sostén a tono. Me acerqué y charlamos, sus compañeras facilitaron el contacto entre risas cómplices: soltera, un hijo, vive con los padres en Lomas de Zamora. Su casa quedaba de paso y me ofrecí ...
... a alcanzarla hasta su hogar; en la salida del local nos zarandeamos para besarnos y acariciarnos contra un pilar de luz. Estuvimos quince minutos apretando, escurriendo manos y labios por toda superficie. Sus senos además de hermosos, eran firmes, jugando le desprendí el sostén y los pezones rebotaron como en una helada. Subimos al auto y nos dirigimos a un telo por la zona; ella durante el camino me acarició la entrepierna, lo cual casi nos cuesta un roce con otro automóvil.
Entramos entre carcajadas a la habitación y nos recostamos en la cama; sus tetas me pesaban, el roce de mi pecho con sus pezones enhiestos me excitaba al punto que terminé por lamerlos. Verónica se quitó el pantalón y fui arriba. Intenté penetrar pero faltaba lubricación - despacito, despacito -susurro Verónica apretando los labios hermosos en pucherito. Por fin, pude abrir paso dentro de la cavidad húmeda y tibia; quise quedarme a vivir pero el deber llamaba y comencé a mover la pelvis enérgicamente con golpes circulares, directos y expansivos a cada milímetro de la vulva. Sentí el clítoris duro y me concentré en aquella zona, mi compañera me apretó los brazos exclamando -¡¡que rico!!, ¡ahí, así!. Luego de unos minutos, ella estiro las piernas contraídas. Terminamos y como premio recibí un beso húmedo.
Mientras descansamos extendidos en la cama y viendo nuestro reflejo en el techo a sonrisa descolgada, tome nota de la fuerza de aquel diminuto cuerpo acostumbrado a levantar y mover personas mucho ...