El experimento de los halls
Fecha: 01/10/2025,
Categorías:
Incesto
Autor: roy111000, Fuente: RelatosEróticos
... con su calor, el caramelo comenzó a derretirse de manera desigual, creando una textura granulosa que se incrustaba incómodamente en sus pliegues más sensibles. Verónica hizo una mueca de genuino dolor. «Arde, Roy. De verdad duele». Actuando rápido, lavé la zona con agua tibia, notando cómo su piel se había enrojecido por la acidez cítrica. La decepción flotaba en el aire entre nosotros, mezclada con el olor persistente a mentol y frutas artificiales.
Pero ahí, en medio del fiasco, ocurrió la magia. Verónica me miró con esos ojos castaños que siempre veían más allá de mis pretensiones y dijo: «Olvida los caramelos, primo. Hazme sentir bien de la manera que de verdad funciona». Su voz tenía esa ronquera que solo aparecía cuando estaba realmente excitada. Me empujó sobre la cama y descendió sobre mi boca en un 69 espontáneo que borró cualquier rastro de decepción.
El sabor de Verónica sin aditivos era un festival sensorial que conocía de memoria pero que nunca me cansaba de saborear. Sus fluidos, ligeramente ácidos con ese toque metálico único de su ovulación, se mezclaban con el residual sabor a miel del caramelo, creando un cóctel extrañamente delicioso. Mi lengua encontró su clítoris ya hinchado por la frustración anterior y comencé a trabajar en él con la precisión que años de práctica me habían dado. Arriba, sentía cómo sus labios me envolvían con esa habilidad que solo una mujer experimentada posee, sus dientes rozando suavemente mi piel en justo la medida precisa ...
... para mantenerme al borde del éxtasis.
Cambiamos de posición en un torbellino de limbs entrelazadas. Yo la coloqué boca abajo, elevando sus caderas para penetrarla desde atrás mientras mis dedos continuaban masajeando su punto G. El sonido de nuestros cuerpos mojados chocando se mezclaba con nuestros jadeos sincronizados. Verónica gritaba en cada embestida, pero no de placer abrumador sino de esa deliciosa frustración sexual que a veces es más intensa que el orgasmo mismo. «No voy a venir, primo», gemía entre risas y quejidos, «pero no pares, por favor no pares».
Y no paré. La amé durante lo que pareció horas, cambiando de ángulos, de ritmos, de intensidades. Probamos con la luz encendida y apagada, con la ventana abierta al frío nocturno que enfriaba nuestro sudor, incluso pusimos música de jazz para ver si el ritmo ayudaba. Nada funcionaba para llevarnos al clímax, pero paradójicamente, el sexo era increíble. Nos reíamos entre besos cuando una posición resultaba incómoda, nos mimábamos cuando los calambres aparecían, y nos quedamos mirando fijamente cuando las sensaciones se volvían tan intensas que rozaban lo doloroso.
Al final, nos derrumbamos exhaustos, cubiertos de una capa pegajosa de sudor, saliva y los residuos dulces de nuestro fallido experimento. Verónica descansó su cabeza sobre mi pecho, dibujando círculos en mi piel con ese dedo anular donde había llevado alianza hasta hace un año. «Tal vez los Halls solo funcionen en mujeres más jóvenes», bromeó con ...