1. Consulta Íntima: La Doctora que Me Abrió el Deseo


    Fecha: 24/10/2025, Categorías: Lesbianas Autor: ExpuestaFem, Fuente: TodoRelatos

    ... entonces, levantó el espéculo. Su cuerpo brillaba, su vulva depilada relucía entre la luz del consultorio y mis ojos curiosos.
    
    —Mira cómo lo hago conmigo —susurró.
    
    Llevó el instrumento a su sexo, y lo fue introduciendo con delicadeza. Un gemido le escapó de los labios cuando lo empujó un poco más. Yo no podía dejar de mirar. Veía cómo su coño se abría, cómo se revelaba el interior palpitante, húmedo, brillante.
    
    —¡Wow…! —susurré, fascinada, entre caliente y asustada.
    
    —Toca, si quieres… —me ofreció, sin dejar de mirarme.
    
    Le acaricié los labios, los bordes del espéculo, todo caliente, todo vivo. Me sentía en trance. Ella era como un mapa nuevo que yo estaba explorando con los dedos… y la boca.
    
    —¿Y si a mí me duele…? —le pregunté, aún tocándola.
    
    —No va a doler, preciosa. Tu cuerpo ya está receptivo. Solo tienes que confiar en mí.
    
    Se quitó el espéculo de su cuerpo con suavidad, se levantó, y me tomó de la mano.
    
    —Ahora quiero ayudarte a ti… ¿Te parece si vuelves a acostarte?
    
    Yo no podía ni hablar. Solo asentí y la seguí, todavía con el sabor de su coño en la lengua.
    
    Me recosté de nuevo en la camilla, con las piernas abiertas, el cuerpo en llamas y los pezones duros como piedras.
    
    La doctora se acercó con un nuevo espéculo en una mano y un frasquito de lubricante en la otra. Desnuda. Radiante. Su piel brillaba como la mía: por el deseo.
    
    —Solo si tú quieres… —dijo en voz baja.
    
    Yo la miré sin decir nada. No hacía falta. Mi cuerpo ya le estaba ...
    ... suplicando.
    
    Ella se colocó entre mis piernas. Me puso una toalla limpia bajo las caderas, y antes de hacer nada más, me besó el vientre. Luego las ingles. Luego los muslos.
    
    —Eres tan linda… tan suave… —murmuró, acercándose al centro de mi calor.
    
    Y ahí fue. Me besó el coño.
    
    Su boca cálida se posó sobre mis labios íntimos y me estremecí.
    
    No era un beso tierno. Era húmedo, profundo, sucio, lleno de hambre. Su lengua empezó a moverse entre mis pliegues, separándolos, saboreándolos.
    
    Yo gemía. Me aferré a las sábanas. No podía parar de moverme. Cada vez que su lengua tocaba mi clítoris, sentía que me partía al medio.
    
    —Estás muy sensible aquí… —susurró, mirándome mientras me lamía—. ¿Te gusta, mi amor?
    
    —Sí… doctora… me gusta mucho… —jadeé, con la voz hecha trizas.
    
    Sus dedos acariciaban mis labios internos, los abrían, me exploraban. Luego uno se deslizó dentro. Lento. Húmedo. Preciso.
    
    Solté un grito suave. Mi coño lo apretaba con desesperación. Quería más.
    
    —Tranquila… te voy a hacer sentir muy bien…
    
    Y lo hizo. Movía el dedo con un ritmo delicioso mientras su boca me devoraba el clítoris. Me succionaba. Me lamía. Me giraba la lengua como si fuera suya.
    
    Yo ya no podía ni hablar. Solo gemía. Me retorcía. Sentía que algo me subía por la columna. Un calor líquido, incontrolable.
    
    —Doctora… me… me pasa algo… —gimoteé.
    
    —¿Qué te pasa, preciosa?
    
    —Siento que… que algo me sube… como un calor…
    
    —Estás por tener un orgasmo, amor… no lo detengas… ...
«12...567...»