1. El confidente de mamá// Cap. 9


    Fecha: 17/12/2025, Categorías: Incesto Autor: JOS LIRA, Fuente: TodoRelatos

    Yo permanecí de rodillas frente al sexo de mi madre, la cabeza a centímetros de su vagina chorreante, el corazón me latía tan fuerte que pensé que ella lo oiría, aunque estuviera vendada.
    
    El sudor me chorreó por mi nuca, las manos me temblaron mientras las apoyé en sus muslos, y mi verga palpitó atrapada en el pantaloncito, dura como nunca mientras mis ojos se clavaron en la imagen que me quemaba el alma: mi madre, a cuatro patas sobre la cama matrimonial, el culazo rojo y carnoso abierto hacia mí, la tanguita negra torcida como un hilo miserable, la vagina reluciendo bajo la luz, los jugos goteándole por los muslos.
    
    Sus tetotas colgaban pesadas, los pezones duros rozaron la colcha, las areolas grandes temblaron con cada respiración agitada. Una pierna lucía la media negra rasgada, el tacón tambaleó contra la cama; la otra pierna, desnuda, curvó el pie en un arco que hacía todo más sucio. La media rasgada le cubría los ojos, vendándola, y su pelo miel caía en rizos salvajes sobre la espalda, su boca entreabierta jadeó, el labial vino embarrado como si hubiera perdido una pelea.
    
    El abuelo Agustín, grandote y moreno, me miró con esa sonrisa torcida que me erizó la piel, sus ojos brillaron con una chispa enferma.
    
    —Acércate, Nandito, mira lo que es tu mami cuando se pone putota,—susurró, tan bajo que mamá no lo oyó, y sus manos morenas abrieron más las nalgas de ella, los dedos se hundieron en la carne hasta que mamá gimió, un —¡hummm!— que resonó en el ...
    ... cuarto.
    
    —Si eres hombrecito, chamaco, bájale la tanga, ábrele las nalgas y dale un beso en esa panochita chorreante, que tiene. Demuéstrame que eres mi sangre y no un pelele como tu padre.
    
    —¡No lo escucho, suegro, ¿qué tanto dice?!
    
    —Calla, Candelita, tú concéntrate, yo estoy hablando para mí.
    
    —Lo que sea que me vaya hacer, hágalo ya, que me tiene en ascuas.
    
    —Así me gusta, mamacita, que te entregues a tus deseos. No que muy recatadita. Pues ahora te daré lo que quieres.
    
    No respiré. Mis piernas temblaron, mi verga palpitó, y el miedo casi hizo que corriera, que escapara de esa habitación donde todo lo que conocía de mi madre se deshacía. Pero el morbo, ese fuego enfermo que el abuelo había encendido con sus audios y promesas, me empujó.
    
    ¿Qué hacía yo, un niño de 12 años, a punto de tocar a mi madre como si fuera una puta? La culpa por papá me apuñaló, pero mis manos, traidoras, se movieron solas, acercándose a la tanguita negra que apenas cubría el culo de mamá.
    
    —¿Qué hace, don Agustín? ¿Por qué no sigue? —preguntó ella, su voz tembló de nervios, la venda le impidió ver que yo estaba ahí, a un metro de su vagina reluciente, de sus tetotas colgando como ubres llenas.
    
    —Shhh, mi amor, mi Candelita, quédate quietita —dijo Agustín, su tono suave pero cargado de dominio—. Solo estoy saboreando lo rica que estás, mi putota hermosa.
    
    Mis dedos rozaron la tanguita, la tela estaba húmeda, pegajosa, empapada de los jugos que le chorreaban por los muslos.
    
    La bajé ...
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