1. El confidente de mamá// Cap. 9


    Fecha: 17/12/2025, Categorías: Incesto Autor: JOS LIRA, Fuente: TodoRelatos

    ... despacio, el hilo de la tanguita negra se resistió al principio, atrapado en la carne abundante de su culazo, ese culo gordo y carnoso que parecía devorar la tela con cada curva voluptuosa, un monumento de carne temblorosa que desafiaba la lógica de lo prohibido.
    
    Mis dedos temblaron, a pesar de mi edad, sabía que no debía hundir mis dedos pequeños y torpes en la piel aceitunada de mi madre, esa piel suave y caliente que brillaba bajo la luz, empapada de sudor y deseo.
    
    Temí que ella notara la diferencia, que mis manos, lisas e inexpertas, no se sintieran como los dedos grandes y ásperos del abuelo, curtidos por el taller, que siempre la manoseaban con una rudeza que la hacía gemir.
    
    Así que tiré con cuidado, apenas rozando la superficie de sus nalgas rojas, sintiendo el calor que emanaba de su carne como un horno vivo. La tela húmeda, pegajosa por los jugos que le chorreaban por los muslos, se adhería a su piel, haciendo que cada movimiento fuera lento, casi tortuoso, un ritual erótico que me aceleró el pulso.
    
    El hilo de la tanga se estiró, atrapado entre las nalgas, y tuve que jalar con más fuerza, mis dedos resbalaron un instante sobre la curva de su culo, un roce fugaz que me quemó la piel, como si tocara un fuego sagrado y prohibido.
    
    La tanguita cedió por fin, dejando marcas leves donde se había clavado en la carne, y se deslizó por los muslos gordos, resbalando por la piel temblorosa, húmeda de deseo, hasta quedar enredada en el tacón negro de una pierna, ...
    ... colgando como un artilugio sucio, mientras la otra pierna, desnuda, curvó el pie en un arco sensual que hacía el contraste aún más pecaminoso.
    
    El corte brasileño quedó a la vista, una franja fina de vellos oscuros, cortos y brillantes de sudor, perfectamente recortada, que enmarcaba su pubis como un sendero al infierno, un camino oscuro y tentador que guiaba la mirada hacia la vagina rosada, reluciendo con jugos que goteaban como hilos de cristal, los pliegues carnosos abiertos, hinchados, palpitando con una lujuria que me cortó el aliento y me hizo desear lo que ningún hijo debería.
    
    “Madre mía” dije en mi mente.
    
    La vagina rosada relució perfecta, los pliegues carnosos se abrieron, hinchados por el deseo, goteando un líquido claro que formó hilos brillantes entre sus muslos. Los labios mayores, gruesos y tersos, se oscurecieron hacia el centro, mientras los labios menores, delicados como pétalos, temblaron, húmedos, invitando a lo prohibido.
    
    El clítoris, pequeño pero hinchado, sobresalió como un botón sucio, palpitando bajo la luz. Más arriba, entre las nalgas rojas, volví a ver el ano apretado y oscuro, un anillo liso rodeado de piel morena, latió con el mismo ritmo que su vagina chorreante.
    
    Tragué saliva, el olor me golpeó: un aroma almizclado, crudo, mezclado con el perfume dulzón que mamá siempre usaba. Mis manos temblaron, abrí sus nalgas despacio, los dedos se hundieron en la carne caliente, y ella gimió, un —¡aaah!— que sonó a sorpresa y placer.
    
    —¡Don ...
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