El amor de mi esclava
Fecha: 28/04/2018,
Categorías:
Dominación
BDSM
Autor: charlygaucho, Fuente: CuentoRelatos
... parecido a un consolador, pero más pequeño, y agachándome lo apoye en una de las caras internas de sus muslos. Se estremeció. Lo arrastré por la misma cara hacia arriba, me acerqué a su ingle, llegué a ella, la acaricié con el hielo, su cuerpo era una sinfonía de estremecimientos, tiritaba continuamente, repetí el camino realizado en su otra pierna, llegué a la otra ingle, la recorrí también. Acerqué lentamente el hielo a su concha, acaricié el borde exterior de sus labios mayores, subí y baje varias veces, recorrí el espacio entre los dos labios con la punta del hielo, llegué a su clítoris. Tomé el poroto entre los dedos de mi otra mano, lo apreté de forma tal que su punta se escapase de la prensa, sobresalió, le acerqué la punta del hielo, lo apoyé sobre el extremo y lentamente lo fui llevando sobre el cuerpo del excitado apéndice que crecía y crecía, hinchándose por la congestión sanguínea que se producía en su interior. Aplasté el hielo sobre un lado de la pijita, los hice rotar hasta llegar al otro lado. Observaba sus convulsiones, los quejidos que escapaban de su garganta, baje por en medio de sus labios menores, llegué a la entrada de su gruta. Alejé el hielo mientras con la otra mano abrí su cobertura vaginal exponiendo plenamente la entrada de su túnel. Súbitamente se lo enterré en la vagina hasta que el trozo de hielo hizo tope en el cuello de su útero. La entrada repentina dentro de su cuerpo de la masa helada provocó una contracción increíble de su cuerpo que se ...
... arqueó hacia adelante mientras un bramido animal y salvaje escapaba de sus labios. Dejé el hielo dentro de su cuerpo, solté la cobertura haciendo que los labios abrazasen el frío congelante inserto en sus entrañas. La miré. Tiritaba, gemía, lloraba, se retorcía… unas tras otra las imágenes se incorporaban a mi cerebro a través de mi retina, provocando un aluvión sanguíneo en mi miembro, que se endurecía y se levantaba cada vez más excitado. Dejé que el hielo se fuera derritiendo por el impacto del calor abrazador de su concha y de su vagina. Cuando Claudia se acostumbró a la invasión helada, sus estremecimientos se fueron espaciando hasta cesar, lo mismo que sus quejidos y sollozos. Pronto el hielo era sólo un recuerdo goteante en su mojada concha que corría por sus muslos y piernas hasta el suelo. Me acerqué nuevamente a su entrepierna. Los labios hinchados y congestionados eran el mudo recuerdo de la fría invasión. Los tomé entre mis dedos y los froté con ellos para lograr la máxima circulación posible. Cuando estuvieron calientes agarré dos broches de la mesa y los prendí sobre esas hirvientes masas de carne. Jugué con los broches, abriendo y cerrando la broche, pegándoles pequeños golpecitos con la punta del dedo, haciendo que temblaran, lo que provocaba el estremecimiento de esos labios, generando sensaciones desconocidas que se expandían por el cuerpo de Claudia. Acaricié su clítoris para aumentar su excitación y su tamaño. Cuando consideré que era el momento, abrí el ...