Sexo & Bar
Fecha: 12/05/2018,
Categorías:
Confesiones
Voyerismo
Autor: Roux Morrison, Fuente: CuentoRelatos
Esperas, mujer, esperas sin nada que esperar. Necesitas un grito que te grite. Lloras por las lágrimas que no consigues conciliar. He sido testigo de mujeres que no se atreven a dar ese salto, ese grito, o esa batalla que anhelan, que viven sumisas sin placer, castas no por opción, ignorar lo que su cuerpo no solo es capaz de hacer, sino de sentir. Presionadas por la rutina, que al terminar el día desean meterse a la cama. Siendo esa la única penetración que obtendrán. Intercambian el deseo por descansar. Insatisfechas. Olvidadas. Alejadas. Nadie está interesado por vivir, sólo presumir que viven en falsas realidades. “Soy aquella mujer que no miras, que no deseas, que se viste con lo mejor con tal de provocar una mirada traviesa. Soy aquella mujer que ignoras por ver a la que a ti te ignora”. Fue el mensaje que me despertó a la mitad de la noche, pero no estaba en mi cama, había caído al teclado hace unas horas escribiendo el fragmento de una mala novela, en una mala noche. Al leer no sabía quién era esa mujer que me escribía. Todo era confuso. Como un sueño recién apagado. “Nos vemos mañana en la noche en bar donde vas a leer y a escribir. No te diré como iré vestida. Me reconocerás. Besos húmedos”. Sentí una adrenalina espesa recorrerme las tripas. El misterio y la total falta de información me arrebataron el sueño, inclusive la porquería que intentaba escribir. Y sin quebrarme la cabeza al querer descifrar de quien se trataba. Opté por ir al bar. El bar estaba lleno. Me ...
... senté en una mesa cerca de la puerta para verla llegar. Había arribado dos horas antes del anochecer. No sería tomado por sorpresa. Pero así fue. En la mesa de enfrente estaba ella. Con una blusa blanca, que se le trasparentaba el brasier de encaje morado, y una mini falda negra, tan oscura y misteriosa como la noche. Se notaba que venía directo del trabajo. La pierna la tenía cruzada, descansando la extremidad en una señal clara de guerra. Cruzamos miradas, era demasiado hermosa para haberla ignorado alguna vez. Sólo un pendejo lo haría. Y no estaba seguro si era ella la mujer que me citó. Así que antes de que se sintiera incomoda, bajé la vista. Y enseguida me llegó un mensaje como una flecha lanzada con acertada puntería. “Sí, soy yo. Vuelve a mirar”. Quité los ojos de las páginas del libro donde estaba leyendo la palabra senos, cuando obedecí la orden. La mujer se mordía el labio inferior y se desabrochaba la blusa. Tan segura como si estuviera en su habitación. Yo no tuve otra opción más que perderme en la parte superior de sus senos que me provocaban a la distancia. Era una mujer perdida de alguna novela erótica, que había escapado de la mente del pervertido que cada noche se masturbaba en su imaginario. Era una forajida de fantasías aglomeras de gemidos. Tenía que ser mía antes de desaparecer. Pasó su lengua roja, de una comisura a otra, sobre sus labios. Se arremangó la falda, revelando unas piernas interminables, y en menos de un parpadeo, me enseñó que debajo de la ...