1. Relato de la casa de huéspedes: mi paisano


    Fecha: 11/04/2019, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    RELATOS DE LA CASA DE HUÉSPEDES: MI PAISANO. La casera llevó un día a presentarme al nuevo huésped, y lo alojó en la misma habitación de la casa de huéspedes. Éramos de la misma edad y además paisanos, de la misma región aunque no del mismo pueblo, y era una costumbre alojar a los paisanos en los mismos cuartos, para mayor familiaridad. Se llamaba Martín, más bajo que yo y también más blanco, apenas con un suave trazo de bigote y barba que siempre se rasuraba, por lo que aparentaba, junto a su baja estatura, menor edad. Tenía la cara de un niño, con sus ojos verdes y unos mechones de cabellos dorados cayendo sobre la frente. No era un Apolo pero sí atractivo, y además tenía ese don de agradar inmediatamente. A veces lo veía andar por el cuarto sin camisa, y su torso era atlético, sin vellos en el pecho, sus manos grandes; un hombre hecho a todos los deportes, porque en la escuela participaba en todas las actividades donde hubiera una pelota: jugaba fútbol, básquet, tenis de mesa, hasta canicas. Por entonces ya había tenido algunas experiencias con hombres, ahí mismo en la casa de huéspedes, pero tan discretamente que nadie hablaba de ello. Yo era uno más entre la docena de varones que habitábamos allí, unos por una o dos temporadas, hasta que conseguían algo mejor y se iban, o abandonaban los estudios y también se marchaban. Los que no teníamos mucho dinero nos quedábamos allí, porque era barato y no era difícil trasladarse a las zonas escolares. Era un lugar céntrico y ...
    ... fácil de encontrar, aunque la comida no fuese tan buena y las habitaciones pequeñas. Por entonces tenía relaciones con otro habitante de la casa, pero eran más bien esporádicas, y no atravesaban por una buena etapa. Un sentimiento de culpa, o tal vez un hastío, enfriaba nuestros contactos lentamente. Cuando llegó Martín teníamos casi dos meses que apenas nos hablábamos. Durante los primeros meses, Martín usaba shorts bermudas para dormir, algo cohibido con mi presencia. Poco a poco se fue acostumbrando, y al mes ya dormía con truza, casi siempre de algodón blanco. Sus piernas llenas de una vello casi dorado contrastaba con otras partes de su cuerpo. Por aquel tiempo empecé a soñar con él, y en mis sueños se me aparecía totalmente desnudo, sus tetillas y sus brazos rozando con mi piel, su aliento sobre mi rostro, mi boca y mis dedos recorriendo sus partes bellas, sus labios húmedos, sus dientes blanquísimos. Me quedaba despierto una o dos horas espiando sus movimientos en la cama gemela, creyendo ver a cada momento alguna erección de su miembro, y aprovechaba todos los momentos posibles para chocar con su cuerpo en la puerta, en el baño, o para rozar su piel. Tanto fue así que un mes después lo encontré en mi cama, en short, y me recosté por un lado, tratando de que nuestros cuerpos quedaran lo más juntos posibles. Aquella cercanía me despertaba escalofríos, me arrancaba sudores repentinos, me tocaba el corazón y lo ponía a bailar un redoble de tambores. Hablábamos trivialidades, ...
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