1. Nuestra perrita


    Fecha: 18/04/2019, Categorías: Lesbianas Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos

    ... comerle la concha a la empleadita!, decía descostillada de risa, aunque no por eso sus palabras perdían seriedad. Yo abrí la segunda botella de vino mientras ella me proponía un trato. ¡qué te parece si contratamos a una guacha de 18 para que nos limpie la casa? Total, acá está lleno de pendejas que, si le tirás unos manguitos demás hacen lo que les pidas! Le dije que estaba en pedo, aunque la idea me seducía. Al rato me impresionó contándome de sus fantasías cumplidas. ¡mirá Ana, esto queda acá, obvio… yo le hice un pete al Pablito cuando cumplió 18, y a uno de sus amigos… ya sé que es nuestro sobrino y todo eso, pero lo vi con la pija re dura, porque para su cumple, yo dormí en su pieza, te acordás?, y cuando entra en bolas después de bañarse, creo que ni se acordó que yo estaba acostada! Cuando se la vi no pude conmigo! Me senté en la cama mientras él buscaba un calzoncillo en un cajón… ahí se la toqué, la olí y me la metí en la boca para mamarlo todo! El guacho la re gozó, porque yo le pedía la lechita, y él me la dio toda! No sé qué cara le habré puesto, pero necesitaba saber más. Siempre admiré su desfachatez para llevar a cabo sus aventuras. ¡al amiguito se la mamé a los dos días… Pablito le contó lo que pasó, y le di mi celu… ya lo habíamos hablado ni bien me acabó en la boca… cómo le iba a decir que no! No hay que esperar que a los nenes les duelan las bolitas! Su comentario me hizo reír, cuando ya la tercera botella de vino iba por la mitad. Yo sentía que la ...
    ... concha me quemaba de calentura, y que mi bombacha no podía absorber más jugos. Cuando quiero acordar estoy en mi cama, pajeándome como una puerca, desnuda y pensando en mi hermana con la pija de mi sobrino en la boca, en el otro pibito chupándole las tetas, y en la empleadita lavando el piso con un vestidito corto y sin bombachita. Raquel al otro día trabajaba en la escuela, por lo que después de un cafesito se fue a su cuarto a descansar. Ella no es de pajearse, y a pesar de eso me la imaginé metiéndose un chiche en la argolla después de lamerlo. No sé cuántas veces acabé esa noche. Al otro día, al regresar de la mercería en la que trabajo, descubro que la puerta de calle está sin llave. Me desconcerté, y enseguida pienso que soy una colgada por no asegurarme de cerrar cuando me fui. Pero cuando llego al living me la encuentro a Raquel, sentada en el sillón, charlando muy a gusto con una chica. ¡aníta, llegaste… qué bueno! Mirá, te presento a Cecilia… tiene 18, todavía no termina el secundario y necesita trabajar… qué te parece? Ella dice que no tiene problemas en hacer todo lo que le pidamos! Examiné detenidamente a Ceci, y noté que era de condición muy humilde. Tenía las zapatillas hechas moco, el pelo matado por las tinturas, un pantalón con agujeritos en las rodillas, carita de hambre aunque fuese rellenita, y sus expresiones no eran muy delicadas. No quería preguntarle de dónde la conocía, por más que me matara la intriga. Enseguida Raquel le dijo: ¡haber Ceci, parate, ...
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