1. Los pechos de mi mujer y mis enormes testículos


    Fecha: 23/11/2017, Categorías: Infidelidad Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... amarillenta. El mismo efecto produjo de inmediato en todos los hombres del recinto, que desconocían la naturaleza del ungüento, por lo que en la segunda ocasión en que se decidió a hacerlo, me complació observar la situación a distancia, desde la balconada de nuestra habitación, pretextando que me encontraba cansado tras la abundante eyaculación. Ni que decir tiene que ver ataviada con tan sólo un tanga diminuto a semejante monumento y en ausencia de compañía masculina protectora, envalentonó a todos los hombres solitarios que había en el recinto, que literalmente se la comían con los ojos, sin necesidad de disimular. De hecho, entre los que no le quitaban la vista de encima estaban un par de adolescentes de no más de dieciséis años, que se las arreglaron para ocupar las hamacas vecinas, tumbados hacia abajo mientras intentaban ocultar sus incómodas erecciones. En un determinado momento mi amante fue a los servicios y vi que uno de los dos, posiblemente el más lanzado, la seguía. Tardaron unos diez minutos en salir y, aunque ella parecía relajada y actuaba con plena naturalidad, al chico se le notaba sumamente nervioso. El resto del tiempo lo pasó comentándole, muy excitado, algo al oído de su amigo, que ponía cara de incredulidad y no dejaba de mirar a mi novia y, especialmente, a sus tetas. Ambos salieron de estampida en cuanto me vieron acercarme al mediodía y, como imaginarán, al ir a almorzar en la cafetería aledaña, para lo que se cubrió con el sujetador de su diminuto ...
    ... biquini, traté de sonsacarle lo que le había acontecido. Mi amante, sabia como todas las mujeres, se mostró esquiva y coqueta mientras saboreaba su copa de vino blanco. Ni que decir tiene que esta actitud suya tan deliberada me fue encendiendo, ayudado por sus caricias insistentes con el pié sobre mi henchido paquete, a resguardo de miradas indiscretas bajo la mesa. De hecho, prolongamos tanto la sobremesa y, con ello, sus caricias a mi miembro babeante, que me las arreglé para liberar mi torcida estaca del bañador y pude deleitarme con el suave contacto de sus pequeños pies, uno de los cuales me frotaba con suavidad el glande, esparciendo el abundante líquido preseminal que fluía sin cesar, mientras con el otro pisaba con vigor mis hinchados testículos, hasta que finalmente me vine con abundancia tanto en el suelo del restaurante como en la planta de sus pies, que debió quedar completamente grumosa, mientras ella paladeaba su enésima copa de vino blanco, mirándome con una socarrona sonrisa. En estas, un perrito que acompañaba a la señora mayor que había en la mesa próxima y que seguramente nos contemplaba a placer desde su corta alzada, quizás alertado por el olor penetrante del semen largo tiempo contenido, se las arregló para soltarse de su ama y meterse bajo nuestra mesa, lamiendo con fruición (y bastante ruido) los pegotes de esperma del suelo, lo que me obligó a salir disparado, muerto de vergüenza, hacia nuestra habitación, pensando que la anciana acabaría descubriendo ...
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