1. El amor después del Apocalipsis


    Fecha: 15/09/2017, Categorías: Incesto No Consentido Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos

    ... haciendo mi mano a un lado, cerrando las piernas, flexionándolas, cruzando los brazos, acurrucándose contra la pared. Parecía una gatita asustada. Yo sentía dolor en mi pija, que estaba muy apretada adentro de mi pantalón. Necesitaba liberarla. Me los bajé al mismo tiempo que el calzoncillo. Mi falo largaba olor por la paja que me había hecho, y ya estaba saliendo el líquido viscoso de nuevo. Me le fui al humo, como animal por su presa. Le separé las piernas con fuerza, la arrastré hacia mí, para que todo su cuerpo quede extendido sobre la cama, le tapé la boca cuando intentó gritar, levanté su vestido. El vello era abundante. Acaricié sus labios vaginales y le metí un dedo, y luego dos. Ella se debatía para liberarse, pero se ve que estaba débil por la mala alimentación, o por lo que fuera, porque con un solo brazo podía silenciarla y aquietarla. Le arranqué el vestido de un tirón, haciéndolo hilachas, dejándola completamente desnuda. Los restos de la prenda destruida colgaban de mi mano, como trofeo de guerra. La tiré a un costado, y entonces la penetré. Lo hice con violencia, sin miramientos ni contemplaciones. De una sola vez, se la metí hasta el fondo, sintiendo sus entrañas, y entonces bombeé y bombeé, una y otra vez. Mis movimientos pélvicos tenían una fuerza que yo desconocía en mí. La calentura me fortalecía de una manera bestial. Isabel llenaba de saliva mi mano. Lloraba. Oponía la resistencia que una hoja podría oponer a una tormenta. Su cuerpo me obedecía más a ...
    ... mí que a ella. La embestía haciéndole sacudir su cuerpo. Las piernas se estiraban, y la espalda se contorsionaba por el poder de mi miembro. Por fin cedió, y ya no opuso resistencia. Liberé su boca de mi mano opresora, y le di un beso a sus labios empapados de su propia saliva. La agarré de las tetas, mientras mi tronco invasor seguía violándola. Los movimientos pélvicos seguían igual de enérgicos a cuando empecé a penetrarla. Isabel me miraba a los ojos con apatía, parecía una muñeca muerta. Pero eso no disminuía mi deseo. Le mordí el pezón, le chupé el cuello, y luego la hice girar sobre sí misma, quedando ella boca abajo. Separé sus piernas y la penetré de nuevo, lamí su espalda, la agarré del pelo y se lo estiré, disfrutando de hacerla sufrir. Sentí el calor explosivo en mi miembro, pero me contuve un rato más. Seguí dándole duro. Los resortes del colchón advertían, con sus sonidos metálicos, lo que sucedía en el cuarto. Ya no pude soportar más, saqué mi pene de su interior y eyaculé sobre su trasero y su espalda. Pero todavía no había terminado. Le mordí la nalga, y perdí un dedo en su ano. Cuando se me paró de nuevo le hice tragar mi pija sucia de semen. La agarré de las orejas y se la metí hasta tocar su garganta. Cuando se la saqué, ella tosió y escupió sobre las sábanas. Y entonces se la metí de nuevo hasta el fondo. Y así, una y otra vez, hasta que acabé en su cara. Me quedé un rato más, jugando con ella, hasta que estuve tan agotado que ya no pude más. Al otro día, ...
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