1. En el interior del bosque


    Fecha: 25/06/2018, Categorías: Erotismo y Amor Autor: Havelass, Fuente: CuentoRelatos

    Chemera ascendió la colina rocosa hasta llegar a la cima. Desde ahí podía dominar con la vista todo su territorio: el bosque de pinos y el lago, abajo; los prados, más allá; el río, a la derecha; las montañas, a la izquierda. Mucho había tenido que pelear Chemera por conseguir que ese trozo de tierra fuese para su tribu, un clan formado sólo por mujeres, todas guerreras, de la cual ella era la jefa. La decisión fue tomada en una asamblea: los hombres del grupo serán asesinados uno a uno: no podían soportar su brutalidad, su manera de forzarlas. Para procrear a fin de asegurar el futuro de la tribu, organizaban raids: se internaban en las pestilentes ciudades y secuestraban a un hombre fuerte y sano; luego todas follaban con éste, aumentando la probabilidad de quedar preñada alguna; después lo mataban. Pero ese día brumoso, desde lo más alto de la colina, algo tenía preocupada a Chemera, algo presentía, y un leve movimiento en el follaje que veía más abajo se lo confirmaba. Chemera, rauda, bajó de la colina por un serpenteante camino de tierra apisonada: sus sandalias trazaban a la perfección las curvas, haciendo apoyos precisos; su taparrabos, que le cubría escasamente sexo y trasero, subía y bajaba según iba elevando sus muslos en la carrera; sus pechos se balanceaban como campanas por cada sacudida de sus zancadas; su cabeza rapada le permitía pasar entre los arbustos sin engancharse en las ramas. Pronto llegó a la espesura del bosque y, agazapada, escudriñó la espesura. ...
    ... Chemera vio a Setroc, un expedicionario de la peor calaña, cruel y sanguinario, seguramente enviado al territorio de ésta con el objetivo de encontrarla y doblegarla, y con ella a todo el clan de mujeres. Setroc iba armado con una espada de acero, que esgrimía con ferocidad mientras iba talando las ramas y arbolitos que estorbaban su avance; sus pectorales, hombros y abdomen eran voluminosos, y los mostraba desnudos; llevaba un trozo de piel de oso curtida a modo de falda, que le llegaba por encima de las rodillas, y unas botas peludas; su cabello, largo y rizado, lo llevaba recogido en un gran moño sobre el cráneo. Chemera salió de su escondrijo: «Hola, Setroc», dijo, «nos volvemos a ver»; «Chemera», soltó este sorprendido por la aparición de su enemiga; «Setroc, sabes que no eres bienvenido por mi territorio, ¿a qué has venido?»; «¡Ah, Chemera, tan seductora como siempre!, podíamos haber hecho una gran pareja, si no me hubieses abandonado como hiciste, si no hubieses sido tan ambiciosa, si no te hubieses venido aquí, ¡ah, Chemera!, sabes a lo que he venido, ¡a matarte!», y gritando esto último, Setroc apuntó su mandoble hacia el cuerpo de Chemera que ésta pudo esquivar por muy poco. Chemera, entonces, aprovechando una rama baja, se colgó de ésta y, columpiándose agarrada por sus fibrosos brazos, le propinó una patada en la cara con su espinilla: Setroc cayó de espaldas sobre las acículas secas y Chemera se dejó caer sobre él a horcajadas, manteniendo el brazo con el que él ...
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