1. En el interior del bosque


    Fecha: 25/06/2018, Categorías: Erotismo y Amor Autor: Havelass, Fuente: CuentoRelatos

    ... tomó entre sus labios: primero lamió el glande y después, dando un avance, la metió en su boca: un suspiro de alivio de Setroc le señaló el momento en que su garganta empezaba a liberarse del agarre asesino. De esta manera, Chemera, ahora también aliviada, aposentando sus manos sobre los tensos glúteos de Setroc, mamó de su ancha y vigorosa verga: su cráneo rapado, con un vaivén reposado, recibía y escupía el sexo de Setroc, en tanto que éste le estrujaba las tetas, habiendo ya bajado la posición de sus manos desde el lugar que ocupaban sobre su cuello hasta este más placentero y blando sobre sus pechos. Varios marcados espasmos surgidos de las caderas de Setroc, que profundizaron más su polla en el interior de su boca, le indicaron a Chemera que la explosión de semen no tardaría en aposentarse sobre su lengua e inundar los resquicios entre sus muelas, y así fue: un sonoro grito ronco se lo confirmó. Chemera, después de relamerse los labios, tragó el viscoso líquido seminal, y alzó su cráneo; Setroc tenía los ojos completamente cerrados y su rostro se le veía bastante atemperado. Sin esperarlo, sin llegar ni a imaginárselo siquiera, un brazo carnoso pero ágil apareció detrás de Setroc, lo apresó por la cintura y lo derrumbó al suelo. Luego el rollizo cuerpo de Zintra cayó sobre el de él, inmovilizándolo. «¿Estás bien, Chemera?», preguntó Zintra; «Sí, Zintra», ...
    ... respondió Chemera incorporándose, «es Setroc»; «Sí, lo he reconocido en cuanto lo he visto desde lo alto de la cascada»; «¡Soltadme, os mataré a las dos, os mataré a todas!», gritó Setroc. Zintra, que iba vestida con una rudimentaria braguita hecha de trenzas vegetales, con sus enormes pechos grávidos y una panza voluminosa, tenía inmovilizado a Setroc bocabajo sobre la hierba húmeda, y miraba a Chemera indecisa sobre qué hacer con el hombre. Chemera entonces le inquirió: «¿Te lo.quieres follar?»; «¿Follar, a quién?», preguntó a su vez la otra; «Pues a Setroc, ¿a quién si no?», dijo Chemera; «¿Tú te lo has follado?»; Chemera rio, «¡Desde luego!»; «¡Soltadme, malditas mujeres!», gritó Setroc. En la cabaña de Chemera ya no cabía nadie; incluso las mujeres hacían cola junto a la puerta: todas querían probar las excelencias de las que estaba dotado el guerrero Setroc. Todas menos Chemera y Zintra, que protagonizaban su enésimo romance en la choza en penumbra de esta última: «Oh, Chemera, qué placer me das», susurraba Zintra de pie, totalmente desnuda, balanceando sus magníficas tetas, acariciando la suave cabeza calva de Chemera, mientras ésta, entregada, arrodillada, sin ropa que la cubriese, pasaba la lengua por el chocho grasiento y aplicaba los labios para sorber los jugos a la vez que le acariciaba los gruesos pezones castaños, estirando los brazos, con sus finos dedos. 
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