1. Cuarenta cartones


    Fecha: 02/07/2018, Categorías: Hetero Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... más educadamente posible. - ¿No te gusta que te despierten por las mañanas? - Bingo, lo has adivinado. - ¿Seguro? -su mirada bajó por mi cuerpo y comprobé con sofoco cómo mi rabo asomaba espelendoroso por la abertura del pantalón. Canalla. Con lo bien que te trato y me lo pagas así. - ¿De veras? -recalcó sus palabras pasando la uña por el extremo del glande. A continuación se chupó la yema del mismo dedo y volvió a aplicarla en un masaje circular sobre la abertura del extremo. Creo que no es necesario explicar que el asunto se me fué de las manos a partir de aquel momento. Sobre todo cuando noté sus manos en mis caderas, un tirón enérgico y me quedé sin pantalones. No sé qué sonidito hacía ella con la boca, era algo así como un murmullo complaciente al ver que yo no podía negar lo quemado que estaba. Se inclinó sobre mí y me rozó con el extremo de sus senos el cuerpo, en un masaje enloquecedor. Sopló, besó y mordisqueó la piel que tenía a su alcance, subiendo mi nivel de bilirrubina hasta límites peligrosos. Luego hizo un quiebro con la cabeza, esquivando mis manos que la querían atraer hasta mi entrepierna y atrapó con los labios la pendulante cabeza del pene. Ahí me quedé como inmóvil, atravesado por una lanza de sensaciones que me clavaba la ingle. Oí el susurro enloquecedor de su boca bajando por él y subiendo otra vez. Me obsequió con un lengüetazo travieso en la abertura antes de coger la base de los huevos y comenzar de nuevo. Cerré los ojos. No sé cuánto tiempo ...
    ... estuve inmóvil y ciego, me rescató un olor profundo y delicioso. Ante mi rostro se abría ella, espléndida, húmeda, goteante... subí las manos mirando el alucinante paisaje de su piel donada a mi boca. Aspiré ese perfume del que habla Patrick Süskind, diferente en cada mujer, en cada hembra. Lo abrí con la llave de mi lengua, sólo con el extremo endurecido a lo largo de ella. Sin ritmo, sin rumbo ni plan mis músculos bucales la hacían mía. Lamí. Besé. Adoré los pliegues de su piel y saboreé, tanteándola, la marisma del vientre. Olvidé mi placer, no, no es eso, mi verga era mi lengua y noté mil sensaciones en ella. Gemía. Sonía rebalaba sobre mi cara, gimiendo quedamente. Su boca soltó la presa y quería atrapar el aire, llenar sus pulmones, sus lomos se estremecían, temblaban... se irguió sobre las manos. Una esfinge de cuerpo de leona y melena ardiente. Sus dedos se engarfiaban en las sábanas, su mandíbula vibraba de excitación. Bruscamente, se apartó de mi boca. Giró la cabeza y me sonrió. Adelantó el cuerpo e inmovilizó mis brazos con sus piernas y mis piernas con sus manos, apoyándose en ellas. Acto seguido, bajó lentamente sobre mí, enterrando mi deseo en su pubis. Gemí con rabia de no poder tocarla, no aplastar mi piel contra la suya. Un músculo se estremeció y estranguló mi verga. Me quedé sin aliento. Ella cabalgó lentamente adelante y atrás, su voz subía de tono, sus supiros se hacían sonoros, yo no podía contenerme. Aquellos sonidos y el roce de su cuerpo me llevaban al ...