La experiencia de Cindy
Fecha: 25/11/2018,
Categorías:
Incesto
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... avanzó hacia mí y me abrazó por detrás, cruzando sus brazos a la altura de mi cintura y con la cabeza pegada a la mía por encima del hombro. –Me has dado un susto de muerte, le dije. –¡Tranquila!, repitió. Es que iba a entrar, pero te vi tan enfrascada que me fui al otro servicio. Ahora comprobaba si aún seguías contemplando tu hermoso cuerpo –presionó un poco más y comenzó a restregar su cara contra la mía –. Ni que hubieras visto un fantasma. –Has debido pasar de puntillas, porque no oí nada y me pilló por sorpresa verte ahí plantado. Soy una tonta, estoy obsesionada con que mis pechos son demasiado pequeños y a veces me paro a observarlos, sólo para comprobar que non han crecido ni un milímetro desde la última vez que los miré. –A mí me parece que los tienes preciosos y del tamaño reglamentario. –¿Y cuál es el tamaño reglamentario?, pregunté tontamente. Para entonces ya comenzaba a sentir una presión extraña y sumamente agradable sobre mi trasero, experimentaba una sensación de gozo y deseaba que aquel hechizo se prolongase indefinidamente. –El tamaño de reglamento es que un pecho llene la mano, no hace falta más. Situó la mano derecha semiabierta delante de mi cara y luego la mantuvo a la altura de mis pechos, casi rozando las mías que seguían aún intentando ocultarlos. –Si apartas tu mano podemos comprobar si alcanzan o no el tamaño reglamentario. Inconscientemente dejé caer mi mano, y su lugar fue inmediatamente ocupado por la suya. El contacto me hizo estremecer ...
... ligeramente y él lo notó. La presión sobre mi trasero aumentó, sentí que los pezones se me ponían duros, la sensación de gozo me recorría ya todo el cuerpo y pronto noté que se me humedecía la entrepierna. –Creo que son los pechos más hermosos que he visto nunca, susurraba Carlos en mi oído. Con mucha delicadeza fue subiendo su otra mano para desplazar la mía, que mantenía aún sobre el pecho izquierdo, hasta ocupar su lugar. Luego comenzó a chuparme el lóbulo de la oreja y a pellizcarme suavemente los pezones, como en un delicioso juego en el que yo estaba a punto de perder el sentido, tal era el placer que recorría todo mi cuerpo. En algún momento de lucidez quizá me paré a considerar si lo que hacíamos estaba bien, pero la siguiente caricia volvía a embotar mis sentidos y ya sólo deseaba que aquello continuase, que fuese a más, hasta satisfacer por completo el ardiente deseo que me embargaba. En un momento dado Carlos se bajó el calzoncillo; mi camisón, que era sumamente corto, estaba ahora recogido alrededor de la cintura. Su pene, que yo sentía como un hierro candente, se restregaba contra la parte posterior de mis muslos; él estaba semiencorvado, me besaba en el cuello, susurraba en mi oído palabras que apenas entendía, continuaba manoseando mis pechos deliciosamente con una sola mano y fue bajando la otra hasta alcanzar el vello púbico; comenzó a recorrerlo en círculo, rodeándolo. Yo sólo deseaba sentir el contacto de sus dedos en mi sexo, que para entonces era ya una fuente ...