Historia del chip (042): Terapia (Kim 017)
Fecha: 04/01/2019,
Categorías:
Grandes Relatos,
Dominación
Autor: chopin, Fuente: CuentoRelatos
La rutina se había aposentado en ambos a la vuelta de Córcega. Roger parecía algo desganado y Kim sintió que algo se apagaba entre ambos. Esa había sido la razón para consultar con una psicóloga. Mariona resultó ser tan estricta como su propio amante. Parecía comprender lo importante que era para Kim llevar la sumisión a otras áreas de su vida. Fue la terapeuta la que sugirió que volviese a llevar pinzas a la hora de dormir. Kim fue con Roger a comprarlas. Escogieron entre los dos, bien asesorados por una preciosa coreana. Las pinzas metálicas soltaban un chispazo tanto a la hora de colocarse como al ser retiradas. Únicamente por la parte interior como bien pudieron comprobar ambos. Si bien la corriente no era excesiva, a duras penas contuvo Kim las manos a los lados. La del clítoris le resultó peor, a pesar de ser menos potente y de menor tensión. Roger ya tenía su erección, tan habitual en otros tiempos y allí mismo descargó el semen en la boca de Kim. Creyó saber en ese instante, mientras saboreaba y engullía el líquido grisáceo expulsado a borbotones, lo que había faltado: más iniciativa por su parte. Esa noche, ya en casa, cuando se puso las pinzas, durmió feliz. La mañana siguiente le costó concentrarse en el trabajo: el roce del tejido con los pezones no la dejaba tranquila. La terapeuta estaba muy satisfecha con el cambio acaecido, explicándole lo importante que sería en la relación entre ambos la nueva conexión: le bastaría quitarle o ponerle las pinzas. Kim le ...
... comunicó sus temores sobre la resistencia de su piel. La terapeuta riéndose le dijo que eso no importaba demasiado: siempre se podría restituir con una operación. Esta vez con órganos más sensibles. Y Mariona tuvo razón. Roger y ella volvieron a compenetrarse, a salir frecuentemente, bordeando los límites. Kim no tenía ningún tipo de inhibición respecto a su vestimenta o a la hora de ofrecer su cuerpo. Bastaban unos segundos para estar desnuda y con las pinzas colocadas. La electricidad era tanto estímulo como agonía, mezclándose difusamente. *__*__* Transcurrieron unas semanas. Roger aparecía más feliz. Se encontraban más a menudo, en muchas ocasiones con más gente. No importaba: buscaban un lugar discreto, ella se quitaba el sucinto vestido y sacaba del bolso las pinzas. Habían terminado comprando unas simples, sin descarga eléctrica. Roger comentó que no quería que se acostumbrase. Debió haber hablado con la terapeuta o se asustaron ante su adicción. Kim le colocó las pinzas en la mano, invitándole a que se las pusiese. Se había convertido en un ritual solemne y meticuloso. Nada parecido a lo que hacían en Córcega. Roger siempre empezaba por la de abajo, mientras que ella cuando se iba a dormir sola se colocaba primero las de arriba. Le costaba bastante encontrar el clítoris entre tanto pliegue húmedo así que determinaron que Roger estiraría la piel hinchada hasta que ella cerrase ligeramente las piernas, indicando así el punto correcto. Con la otra mano y sin inmutarse lo más ...