1. LA HISTÓRIA DE MONTSE FERNANDEZ


    Fecha: 07/03/2019, Categorías: Sexo en Grupo Sexo Duro Voyerismo Autor: reininblack, Fuente: xHamster

    ... colgabandebajo de la endurecida arma. De esta manera succionó hasta conseguir una cuartadescarga de David Brown. Exhalando un fuerte olor a semen, en virtud de las abundanteseyaculaciones del sacerdote, y fatigada por la excepcional duración del entretenimiento,dióse luego a contemplar cómodamente las monstruosas proporciones y la capacidad fuerade lo común de su gigantesco confesor. 48 de 107Capitulo VIIMONTSE FERNÁNDEZ TENÍA UNA AMIGA, UNA DAMITA SÓLO unos pocos meses mayor queella, hija de un adinerado caballero, que vivía cerca del señor Verbouc. Julia, sin embargo.era de temperamento menos ardiente y voluptuoso, y Montse Fernández comprendió pronto que nohabla madurado lo bastante para entender los sentimientos pasionales, ni comprender losfuertes instintos que despierta el placer.Julia era ligeramente más alta que su joven amiga, algo menos rolliza, pero conformas capaces de deleitar los ojos y cautivar el corazón de un artista por lo perfecto de sucorte y lo exquisito de sus detalles.Se supone que una pulga no puede describir la belleza de las personas. ni siquiera lade aquellas que la alimentan. Todo lo que puedo decir, por lo tanto, es que Julia Delmontconstituía a mi modo de ver un estupendo regalo, y algún día lo sería para alguien del sexoopuesto, ya que estaba hecha para despertar el deseo del más insensible de los hombres, ypara encantar con sus graciosos modales y su siempre placentera figura al más exigenteadorador de Venus.El padre de Julia poseía, como ...
    ... hemos dicho, amplios recursos; su madre era unabobalicona que se ocupaba bien poco de su hija, o de otra cosa que no fueran sus deberesreligiosos, en el ejercicio de los cuales empleaba la mayor parte de su tiempo, así como envisitar a las viejas devotas de la vecindad que estimulaban sus predilecciones.El señor Delmont era relativamente joven. De constitución robusta, estaba lleno devida, y como quiera que su piadosa cónyuge estaba demasiado ocupada para permitirle losgoces matrimoniales a los que el pobre hombre tenía derecho, éste los buscaba por Otroslados.El señor Delmont tenía una amiga, una muchacha joven y linda que, según deduje, noestaba satisfecha con limitarse a su adinerado protector.El señor Delmont en modo alguno limitaba sus atenciones a su amiga; suscostumbres eran erráticas, y sus inclinaciones francamente eróticas.En tales circunstancias, nada tiene de extraño que sus ojos se fijaran en el hermosocuerpo de aquel capullo en flor que era la sobrina de su amigo, Montse Fernández. Ya había tenidooportunidad de oprimir su enguantada mano, de besar —desde luego con aire paternal— sublanca mejilla, e incluso de colocar su mano temblorosa —claro que por accidente— sobresus rollizos muslos.En realidad, Montse Fernández, mucho más experimentada que la mayoría de las muchachas de sutierna edad, se había dado cuenta de que el señor Delmont sólo esperaba una oportunidadpara llevar las cosas a sus últimos extremos.Y esto era precisamente lo que hubiera complacido a Montse ...
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