1. Nuevo papi


    Fecha: 05/06/2019, Categorías: Dominación Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... una canción de Edith Piaff y llorar desquiciados sobre la banqueta. Nos citamos un jueves, lejos de nuestros ambientes, en un bar para adolescentes dipsómanos en los límites de Culiacán, que no es tan grande. Platicamos durante un par de horas sobre literatura y poesía. No hubo nunca, en aquella noche, coqueteos o miradas cómplices, ni siquiera un atisbo de que algo podía suceder; sin embargo, ahí estábamos, huyendo de nosotros mismos, tratando de encontrar el deseo del otro, como los ancianos enfebrecidos obsesionados con el oro que nunca van a hallar. Hacia el final de la noche el temblor en sus ojos, el delirio presente en forma de odio y miedo. Me pidió que no la buscara más, me rogó que la dejara en paz. Me explicó con ansia que ella no podía, lloró por la culpa de un pecado que no había cometido y hacia el final me dijo que el Roco y ella se habían separado. Sabía que la separación poco tenía que ver conmigo pero la culpa y el sentimiento de traición se aferraron a mi lo suficiente para retraerme, para contener y dormir la obsesión con lo que no se tiene. El Roco me había entregado su amistad y fue un miembro regular del Faro el tiempo que nos reunimos en aquel lugar. Habíamos compartido historias y mentiras, visiones personales de la vida, juegos, risas y problemas. El miércoles que el Roco nos platicó sobre su matrimonio fallido mi corazón se adormeció. Sentí el peso de mi traición cernirse sobre un rito sagrado, sobre la amistad de un grupo de hombres arrabaleros ...
    ... y cariñosos, como una tormenta de mierda sobre un estadio de niños mocosos. Encontré dolor en cada momento. Me carcomió la culpa, noche tras noche, mientras cogía violentamente con mi mujer, traicionada también. Tras unos meses Claudia me volvió a buscar. Su relación estaba rota de forma irreparable y quería desahogarse conmigo. En mi inocencia accedí a vernos pensando que nuestro acercamiento era un asunto olvidado. Aquella noche terminamos fumando marihuana y cogiendo sin aforo. Me sorprendió la firmeza de sus nalgas y su forma de gemir. Había algo desesperado en su forma de coger, como si quisiera salvarnos de nosotros mismos. En el motel, después de formar un cuerpo, ella lloró en silencio. A partir de ese día nos vimos una vez a la semana para repetir nuestro ritual. Semana tras semana nos dedicamos a descubrirnos, a conocernos, a coger con la mezcla exacta de miedo y confianza que hacen de los amantes un lugar común. Solíamos hablar y fumar mota tras terminar de coger. Pasábamos horas desnudando nuestras cabezas, exponiendo nuestros miedos y frustraciones. Siempre la sentí pequeña en esos momentos, como una niña perdida. Yo comenzaba mi carrera como escritor y vivía sin apuros, ella batallaba con la soledad y los miedos de una mujer a los treinta años, si es que eso representa algún mal. Nunca hablamos de nuestras parafilias, sólo comenzaron a brotar con la misma naturalidad con la que brotan los besos o las manos curiosas. Las cuerdas, los juguetes, la sumisión, el ...
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