1. La conchita del pueblo


    Fecha: 28/07/2019, Categorías: Confesiones Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos

    ... Después le restregué el culo en el bulto y, cuando me acostó boca abajo en la cama, juro que temí por mi virginidad anal. Pero fue prudente, y en cuanto se subió a mi cintura me la enterró en la concha para punzar sin mucho ritmo pero con profundo deseo mientras repetía como un disco rayado: ¡cogé así chiquitita de papi! Menos mal que llegué a ponerle el forro con la boca como la tía Luciana me lo indicó, porque no demoró en explotar en un orgasmo que le quitó las fuerzas hasta para hablarme. Yo lo había disfrutado, y entonces, parte del dinero que ganaba era destinado a comprarme lencería erótica. Abandoné mis bombachitas con corazones, aunque mi pieza de nena daba resultados. Cogí muchas veces, casi todas al llegar de la facu, donde conocí a Gastón, el único que sabía con pelos y señales lo que pasaba en lo de mis tías. Aunque fue mi mejor amigo, ya que fuimos juntos toda la primaria y secundaria, confieso que me gustaba ver cómo se le abultaba el joggin cuando yo le compartía mis garchetes. En esos tiempos no vivía sin un buen polvo o una peteada grupal, y menos sin los manoseos de Silvana. ¡Me encantaba que me coma la conchita después de tener relaciones con mis clientes! Así fueron pasando los años en esa casona. Mi juventud se convertía en una moneda de cambio entre todos esos hombres. Me di cuenta que chupar una pija era lo que más anhelaba al salir de la universidad, que me gustaba ser un juguete sexual, que me muerdan las tetas, coger delante de las tías, tomarles ...
    ... la lechita a los tipos que ellas antes se habían culeado, ir a todos lados sin ropa interior y pajearme como una cerda rememorando todo en las noches flacas de sexo en mi cama que olía a puta barata. Pero descubrí además con inmensa tristeza que nunca me había enamorado. Las tías no eran comprensivas conmigo, y menos cuando llegaba la hora de entregar el culo. No lo hice hasta los 19, y el que lo estrenó fue Israel, el placero del barrio. Recuerdo que entre las dos me llevaron al patio después de que yo armé un berrinche bárbaro encerrada en mi cuarto por no querer saber nada. En realidad estaba cagada de miedo. Pero ellas me desnudaron en el patio y ante la mirada de algunos vecinitos, me manguerearon con agua helada y luego me lamieron el culo recostada sobre una mesa de mármol. Reconocí la lengua de Silvana de inmediato lacerando mi ano, y los dedos de Luchi abriendo mis labios vaginales con furia. Después me vistieron de colegiala aunque sin braguitas y me llevaron a mi pieza donde el tipo aguardaba sentado haciéndose una paja oliendo mi ropita. Para mi suerte los vecinos que me observaron mariconear eran dos abuelos. No hubo mucha previa que digamos. Se la chupé lo suficiente como para empalarle esa verga larga y finita, me puse en cuatro sobre sus piernas para que me manosee, me huela la concha y el culo, me dé unos lametazos y entonces me voltee sobre la cama donde me rompió la pollerita y me hundió la pija en el orto con bastante serenidad, moviéndose como bailarín ...
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