El reencuentro tórrido con Agica
Fecha: 10/12/2017,
Categorías:
Incesto
Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos
... mano en el aire en señal de consentimiento. Al final resultó que era bisex. Qué sé yo el cacao mental que tendría. El caso es que se acostó con otro hombre. No sé lo que hicieron ni si le gustó. No quiero ni pensar que será la próxima que me suelte. A lo peor ya se está gestando. Me da miedo preguntarle cuando llega tarde del trabajo. No lo sé ni quiero saberlo. Solo sé que no quiero tener más hijos. Con dos ya he cumplido el cupo. Pero aún le quieres. No. Quiero a mis hijos. Y a él, algo le toca. De rebote. Porque es el padre. Porque ya son muchos años. Porque me aterra quedarme sola. Son muchas cosas. A veces el matrimonio se convierte en una cárcel. De la que te da miedo escapar —confirmó ella, intercalando una profunda calada—. Porque cuando te acostumbras, ya no sabes vivir fuera de ella. Y yo, ¿qué soy para ti, Sandra? ¿Qué pensabas que era yo al verme hoy? ¿La excusa para salir de ella? Sí —admitió sin dejar de mirar el tráfico—. En cierto modo. Hasta hace media hora te consideraba un asidero al que aferrarme y dejarme llevar. Adónde fuese. Cualquier destino era bueno. Y yo, de no haber estado prometido, habría mordido el anzuelo cual trucha ignorante. Aquello la molestó. Apartó la vista del exterior y me miró con desprecio. Se secó las lágrimas que aún quedaban con el dorso de la mano. Eres un imbécil. Terminamos los cigarrillos en silencio. Sandra miró el reloj digital del salpicadero. Todavía tienes tiempo de coger el avión. Sin esperar mi respuesta, se acomodó en ...
... su asiento, se quitó los pantis rasgados, se abotonó hasta arriba la blusa negra y se abrochó el cinturón de seguridad. Luego se retocó el cabello ahuecándoselo con los dedos. Yo la miraba con resignación. La resignación de tenerla tan cerca y, a la vez, tan lejos. Metí la mano en el bolsillo del pantalón tras colocármelos y abrocharme el cinturón. Jugueteé con la alianza entre mis dedos. Había quedado a cenar con Rachel en el restaurante de la esquina de la manzana donde vivía, en Berna. Esa noche. Más de 1000 kilómetros nos separaban. Seis horas faltaban. La quiero. La amo. Sin Rachel me siento solo. Inerte. Vagabundo. Sin embargo, a medio metro escaso, tengo a otra mujer de cuyo amor aún no me he desprendido. Por fin lo comprendía. Un amor que creía haber sepultado y olvidado y que, de una forma cruel e inesperada, surgía con toda su fuerza para decirme que no, que no estaba muerto ni mucho menos. Un amor surgido del tiempo. Un amor que se interponía en el camino del otro. Pero, lo más confuso de todo el asunto, es que ignoraba qué amor iba antes y cuál después. Sandra me miró con gesto enfadado y señaló con la cabeza hacia la autovía. ¿A qué esperas? Arranca ya. Cogí mecánicamente el cinturón de seguridad, lo pasé por delante de mi pecho y lo abroché. Giré la llave y encendí el motor. Miré a través del espejo retrovisor. El tráfico era denso pero venía en oleadas. Podía incorporarme al final de cualquiera de ellas. Metí primera, dí el intermitente y giré el volante. Sin ...