Mis lindas morochas
Fecha: 12/01/2018,
Categorías:
Confesiones
Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos
Ese viernes me quedé dormido. El despertador sonó, pero la fiaca, el frío en la ventana o mi sueño desarreglado por el llanto de mi bebé casi toda la noche hicieron que mi mano lo apague para entonces apolillar un ratito más. Además tenía que saber controlar los nervios de mi mujer que hacía dos semanas que había dado a luz a nuestro primer hijo. Tenía que ir al barrio de la Chacarita a pintar un techo, y ya estaba llegando tarde. Nunca me gustó ser impuntual. Encima el tráfico estaba tan denso como la llovizna que entristecía la ciudad. A eso de las 11 arribé a la casa de la señora Graciela, quien no estaba, pero que cuando me contactó dijo que me abriría alguna de sus hijas. Toqué varias veces el timbre y nada. Hasta que justo cuando me prendía un pucho para amenizar la espera, me abre una morochita con los ojos pegados, despeinada y con un conjunto pijama de short y remerita. Fue amable. Me guio a la cocina donde estaba la porción de techo donde tenía que trabajar y puso agua para unos mates tras preguntarme si la acompañaba con algunos. En una ligera charla que tuvimos supe que se llamaba Sofía, que iba a quinto año pero que era pésima en el cole, al punto tal de que había repetido, que jugaba al fútbol y que era muy amiguera. Cuando la vi mejor me enterneció con sus pantuflas de osito, pero también me calentó un poco cuando se tumbó en un sillón con las piernas abiertas. Era tetona, de sonrisa fácil y bastante inquieta. De igual modo, todo lo que pudiera pensar o sentir ...
... debía quedar solo en la fantasía. En estos tiempos hay que respetar el laburo y no jugarse la vida por meterse en líos de pollera, decía mi viejo. Pero aquella vez tuvo que ser la excepción. Cuando la nena tuvo el mate listo se tomó el primero, limpió un poco la mesa y me dio uno. Yo ya estaba subido en una silla para rasquetear la pintura vieja. Se lo devolví, tomó otro ella, me trajo otro con un bizcocho y así pasaron varios mates. De repente me detengo a mirarla mientras toma uno, sin que lo note, ¡y la guacha le pasaba la lengua a la bombilla como lamiendo un chupetín! Se reía, y después me cebaba uno como si nada. Pero tras el octavo o noveno se me re apoyó en el bulto. Naturalmente pensé que fue sin querer. En el próximo me tocó el paquete sin vergüenza, y yo seguía incrédulo. Ya en el siguiente apoyó su cara en mi entrepierna donde la erección de mi pene era inocultable. Cuando le regresé el mate lo dejó sobre la mesa, y sin despegarse de mí me dijo: ¡dale, tocame las tetas!, levantándose la remerita. Confuso, derrotado y en aprietos por la carne y lo impensado lo hice, y ella se atrevió a bajarme el cierre del short. ¡qué hacés pendeja!, le largué sin convicción, mientras mi mano se enamoraba de la piel desnuda de sus tetas perfectas, como dos pomelitos rosados. Fregó su cara en la tela estirada de mi bóxer y sacó sin ninguna traba mi pija gorda de allí para tocarla, olerla y darle tres lametazos que me dieron ganas de embarazarla hasta por el orto. Pero debía guardar ...