Heil mama (Cap. 5)
Fecha: 22/01/2018,
Categorías:
Incesto
Sexo con Maduras
Autor: DocJoliday, Fuente: CuentoRelatos
Obviamente el sábado me desperté tarde. Por suerte no tenía resaca, ni estaba cansado. Me quedé un rato en la cama recordando lo sucedido la noche anterior. No había sido un sueño: mis amigos y yo nos habíamos follado a mi tía Merche en la furgoneta. No suelo tener buena memoria, pero podía recordar cada detalle, cada postura y cada guarrada que le habíamos dicho o hecho. La muy viciosa había disfrutado como solo puede disfrutar una viciosa con cuatro pollas duras e incansables solo para ella. Me moría de ganas por ver cual sería la actitud de mi tía al verme de nuevo, y al mismo tiempo me daba un poco de miedo. Me di una ducha y me puse de nuevo el pijama, pues no tenía intención de salir a la calle. Merche aún no se había levantado. Era más dormilona que yo y seguramente aún tardaría en asomar la cabeza. No me sentía en absoluto culpable por lo que habíamos hecho en aquel sucio colchón: incesto. Si, ya me atrevía a pronunciar la palabra dentro de mi cabeza, y no me sonaba tan terrorífica. Era la hermana de mi madre, sí, pero lo que había pasado era asunto nuestro. Éramos adultos y no le habíamos hecho daño a nadie ni cometido ningún delito. Lo único que me preocupaba era que mamá pudiese llegar a enterarse. Eso no podía pasar bajo ningún concepto. Fui al salón, escuché ruido en la cocina y me vino un agradable olor. Mi madre estaba haciendo la comida. Me dispuse a darle los buenos días, sin saber que me esperaba una nueva sorpresa que echaría más leña a la caldera de mi ...
... recalentada sesera. —Buenos días, mamá. —Buenos días, cariño. Estaba de espaldas, atareada removiendo el contenido de una olla. Pensaba acercarme a darle un casto beso en la mejilla pero me quedé plantado junto a la mesa. Su tradicional bata guateada había desaparecido, así como sus mullidas zapatillas de felpa. Vestía una especie de túnica corta sin mangas, fina y holgada, con un estampado como el de las camisas hawaianas, lleno de colores, frutas y flores. Era mucho más corta que sus batas. La tela caía por las abundantes redondeces de sus nalgas hasta la mitad del muslo, incluso un poco más arriba. Se giró y la parte delantera no contribuyó a mi tranquilidad. Lucía más escote del que yo recordaba haberle visto nunca. Bajo la custodia del pequeño crucifijo dorado, un apretado canalillo atraía mi mirada sin que pudiese evitarlo, Estaba seguro de que si se inclinaba un poco hacia adelante podría verle el sujetador. En lugar de las zapatillas, calzaba unas chanclas también muy coloridas y caribeñas. —¿Qué haces ahí parado? —preguntó. —¿Y esas pintas? —dije. Bajó la vista para mirar su atuendo y sus bonitos labios se curvaron en una sonrisa de resignación. También parecía un poco avergonzada. Salvo su médico, ningún hombre había visto tanto de su cuerpo desde hacía años, y aunque yo fuese su hijo le daba un poco de reparo, cosa normal en una mujer tan recatada. —Parece que voy a ir a la playa, ¿verdad? —dijo, y soltó una risita —. Tu tía se empeñó ayer en que me lo comprase, y ya ...