Mi primita Luna
Fecha: 14/09/2017,
Categorías:
Incesto
Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos
Mis tíos Zulma y Cacho me recibían todos los veranos en su inmensa casa de campo, y yo no podía negarme. Desde los 5 años que voy, y siempre quedo maravillado con los caballos del tío, la tremenda piscina ubicada cerca de una arboleda preciosa, las comidas exquisitas de la tía, y con todo ese olor a tierra mojada, a flores atardeciendo y a la miel de las colmenas que daban fin a un patio interminable. Me fascinaba el silencio solo interrumpido por los grillos, las aves, el silbo del viento en las copas de los árboles frondosos, las copiosas lluvias o por el arrollo que colinda con la casa. Yo no estaba solo. Mis tíos tenían una hija llamada Luna. Me llevaba dos años, y casualmente nació un 22 de diciembre, al igual que yo. Era muy inquieta y siempre insistía con los cuentos de terror del tío por las noches, aunque después no se pudiera dormir. Jugábamos hasta que el cuerpo no nos servía ni para descansar. Atesoraba una sonrisa que embellecía aún más su rostro de niña pícara, le encantaban los alfajores tanto como ensuciarse, y no le gustaba la sopa. Casi siempre andábamos descalzos, ella en shortsito o bombachita, y yo en calzoncillo o maya. Nada debía privarnos del sol, del aire fresco y de la pureza de la libertad en la piel. Recuerdo que la tía a veces retaba a Luna porque, en el afán de no parar de jugar, por ahí se hacía pis encima. Luna odiaba mi carcajada burlesca, y en ocasiones me corría para pegarme o hacerme caer en el barro. No lo hacía de malo. Es que me ...
... encantaba el enrojecer de sus cachetes cuando se enojaba. Si la tía no notaba que mi prima se había hecho pis, seguíamos jugando como si nada. Nada nos entusiasmaba tanto como corretearnos por el campo, entre pastizales y alambradas hasta caernos bajo un sauce magnífico en el que nos jugábamos al rescate, y ella me decía que me amaba. Ese fue el último verano que compartimos siendo niños. Aquel año el tío Cacho decidió que Luna debía ir al mismo colegio para señoritas en el que fueron todas las mujeres de la familia. Para eso Luna tuvo que irse a vivir a lo de mis abuelos, en la ciudad. Mis tíos iban a verla una vez por mes, pero a mí se me hacía difícil. Mis padres estaban peleados a muerte y con un juicio mediante por asuntos de negocios con mis abuelos. En los veranos Luna y sus amigas nuevas iban al club, a la pile de alguna de ellas o a la heladería. Yo seguía feliz en lo de mis tíos, andando a caballo, ansioso por las empanadas o los guisos de la tía, y con todo el tiempo del mundo. Pero una angustia en el pecho a veces no me dejaba respirar. Luna no estaba, y enero no resplandecía igual. Llegué a pensar que me había enamorado de ella por como la añoraba. A los 18 empecé a dormir en su pieza, para estar más cerca del baño. Me acuerdo que una noche, buscando un libro de leyendas universales, abrí un cajón lleno de ropa interior de Luna, y entonces examiné cada una de sus bombachas, corpiños y medias. Me fui a la cama con un corpiñito rojo y una bombachita usada. Tenía el dibujo ...