Aventura en Navidad
Fecha: 12/03/2018,
Categorías:
Sexo con Maduras
Hetero
Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos
Faltaban tres días para Navidad. Era sábado, día de compras. El sol calentaba sin ganas, y el viento racheado cortaba como un cuchillo. Tenía la tarde libre, para mí solo, y había decido matar el aburrimiento en uno de los mayores centro comerciales de la ciudad. Cuando llegué aún no eran las cuatro. Agarré un cesto de plástico en la entrada. Según pasaba por los arcos de seguridad, un tanto absorto en mis problemas, tropecé o embestí a una señora que se había cruzado en mi camino. Casi la tiro. Mi mano se hundió, sin querer, entre sus nalgas, que eran planetarias, de redondez matemática. Las admiré, más de un segundo. —Lo siento –balbucí, nervioso. Asintió con la cabeza mientras hacía una mueca despectiva, de fastidio. Luego siguió adelante, empujando su carrito. La seguí con la vista; más bien seguí su abultado trasero. Llevaba un pantalón negro de mallas, de esos elásticos, un plumífero rosa y un sombrero gris. Un conjunto llamativo para una mujer que debía estar más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. Me dirigí a la zona de los electrodomésticos, que estaba casi desierta. En un pasillo, en la esquina más alejada, un jefe de ventas, delgado, calvo y con gafas, sujetaba una escalera de aluminio de tres peldaños. Arriba, una joven comercial de piernas largas, se afanaba por alinear varias cajas. Su falda negra, corta y plisada, se agitaba ante sus narices. Buenos muslos, pensé, con un culo prieto y tierno. De pronto la joven vaciló y abrió los brazos como un pájaro. ...
... El jefe no dudó en echar las manos a sus caderas, o puede que un poco más abajo, para equilibrarla. La chica soltó unas risitas de rata excitada, y él dijo algo que no alcancé a oír. Pero no soltó sus zarpas de ave de presa, sino que incluso la sostuvo con fruición. Sólo le faltaba babear, el infeliz. Mejor era dejar a los tortolitos en paz, en paz. A fin de cuentas, era Navidad. Todo el mundo deseaba ser feliz, y quería olvidar sus penas, ¿no? ¡Qué disfrutaran de sus juegos! Mientras ella se dejara, claro. Me largué con el sigilo de una comadreja. Quería recuperar mi natural indolencia, mi andar cansino y sereno, tranquilizar mi maltrecho corazón. Mis pasos me condujeron a la sección de juguetes, la más amplia. En uno de los pasillos, me encontré con la señora. Me reconoció al instante, pero no alteró su rostro pétreo, inescrutable. Nos cruzamos intercambiando miradas oblicuas, como dos pistoleros. Se detuvo unos pasos detrás de mí, ojeando las estanterías de un lado; yo miraba las del otro. Su carrito estaba en medio. Por un momento temí que quisiera armarme un escándalo. Entonces apareció un rostro amable, con un cuerpo delicioso. Era una madre joven, delgada, de finas piernas, y cuello de cisne; de mi edad, o puede que unos años más joven. En su pelo rubio, corto y apelmazado, lucía un mechón verde. Llevaba un aro en la nariz, y un pirsin en la ceja. Empujaba un carro, donde un pequeño bastardo de cinco años no paraba de retorcerse, entre chillidos, reclamando libertad. ...