Aventura en Navidad
Fecha: 12/03/2018,
Categorías:
Sexo con Maduras
Hetero
Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos
... hinchar. Me senté en la cama. La tomé de una mano y la atraje hacia mí. Yo mismo tiré de la malla negra, arrastrando la minúscula braguita rosa (a juego, no podía ser de otro modo). Descubrí un sexo carnoso, abultado, palpitante. El pubis había sido rasurado, recientemente. Hundí mis dedos entre los pliegues. Se estremeció; se mordió el labio para ahogar un gemido. Me dijo que siguiera. Parecía un pozo sin fondo, un pozo húmedo y cálido. Luego se echó sobre mí. Reptamos sobre la cama, entre besos y caricias. Tenía pechos grandes, pero alicaídos, de pezones chatos. Los estrujé sin que emitiera una queja. Mordí un pezón, luego el otro. Mordí su cuello surcado de arrugas. Lamí su cara, que olía a cremas, y a aceites; los labios pintados de rojo intenso. Me alcé sobre su cuerpo. No tuve la más mínima duda: en su juventud había sido una mujer guapa, de generosas curvas. Bastaba con mirar sus poderosos muslos para darse cuenta. Agarró mi verga, y la lubricó con su saliva. Lo hizo como sólo una buena madre sabe hacer: con delicadeza, con tesón, con habilidad. Retiró la piel con cuidado. Me quedé admirado de su maestría. La punta, tan colorada como un tomate, quedó libre, y llena de plenitud. Estaba lista para la acción. Pero siguió saboreándola con gula, con fruición. Por un momento pensé que sólo quería atormentarme. Pero se detuvo antes de que ocurriese una desgracia. Hicimos un breve alto. Nos besamos con ternura. Mi verga seguía tiesa; sus pechos parecían haberse encogido. ...
... –Adelante –me ordenó con dulzura–, métela dentro. La penetré sin goma. Me dijo que no era necesario; ella se fiaba de mi higiene y de mi salud. Si no pareciera un hombre educado y limpio, añadió, nunca me habría invitado a su casa. Debo confesar que me sentí halagado. Hicimos el amor en las posturas convencionales. Me tocó el papel activo, pues ella no estaba para muchos esfuerzos físicos. Aún no habían pasado quince minutos cuanto me corrí en su vagina. Lo hice en abundancia, como no recordaba haberlo hecho en los últimos años. –Tendrás que terminar la faena –me susurró al oído mientras con una mano recogía mi esperma para lamerlo y untarlo en su mejilla. Así lo hice. Con mis dedos, con mi lengua, con mi boca. La recorrí toda, desde la ingle hasta las orejas. Abrí su sexo, y lo lamí, lo chupé, incluso lo mordí, de modo que la señora se retorció como una culebra. Ahogó un grito, pero me animó a seguir, me lo exigió. Y seguí con el mismo empeño. Acabé sentado sobre su espalda, masajeando sus grandes nalgas. Las separaba para meter mi dedo por su más pequeño orificio. Para entonces ya se había corrido, o eso fue lo que me dijo. En cualquier caso se la veía satisfecha. Nos quedamos echados, muy juntos, con su cabeza reposando en mi brazo. De pronto reparé en las fotografías expuestas sobre la cómoda. En la más grande se veía a una pareja recién casada. La señora aparecía con algunos kilos menos y con una melena más larga. Su marido era un tipo estirado, con cara afilada de aguilucho ...