Aventura en Navidad
Fecha: 12/03/2018,
Categorías:
Sexo con Maduras
Hetero
Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos
... ¡Iluso! Seguí a lo mío, es decir, a hacer como si me interesaran los coches con control remoto. Al poco, escuché otro berrido más agudo de la criatura. Alcé la vista con disimulo. Había arrojado al suelo su bolsa de caramelos. La madre le regañó con una furia contenida. Luego se agachó, en cuclillas, para recogerlos uno a uno. La tenía a tan sólo media docena de pasos. El vestido, más bien corto y suelto, retrocedió sobre sus muslos. Ella ni se percató o si lo hizo, no le dio importancia. Una rodilla se le fue a un lado, y arriba. No era fácil mantener el equilibrio sobre unos zapatos de tacón. Pude apreciar con nitidez todo lo que escondía entre las piernas: un tanga liso, escueto, de llamativo color verde, a juego con el pelo (las mujeres son así). Incluso distinguí la fina hendidura, el estrecho valle, de su sexo. Por lo demás, no había ni rastro de pelos. Los muslos eran firmes y alargados. Dios las hace perfectas, tentadoras, sublimes; nos las muestra para que apreciemos sus encantos; y nos prohíbe disfrutar de ellas, salvo a unos pocos afortunados. La vida es cruel e injusta, pensé. Llevaba ¿cuánto?, dos meses y pico sin retozar con una hembra. La elegante prostituta en la noche de Difuntos no contaba, pues había sido tan rápido, mecánico y aséptico, que apenas había llegado a emocionarme. Y eso que la condenada era guapa. La madre se levantó. Estiró su vestido, ligero (¡en pleno invierno!). Se llevó una mano a la ingle, creo que para recolocar ese minúsculo tanga. ...
... Sólo entonces fue consciente de dónde estaba. Pero no se arrugó lo más mínimo. Al girarme, descubrí a la señora traspasándome con su mirada azul. Era evidente que había visto la misma escena, aunque con diferente interés, y que me había visto babeando. Esperaba un gesto de desprecio, un insulto, una queja. Pero me obsequió con una sonrisa cínica, comprensiva. Meneó la cabeza como queriendo decir que los hombres no tienen remedio, o que las mujeres jóvenes han perdido el sentido del pudor. Respiré aliviado y me marché de allí como pájaro que lleva el viento. Habían pasado casi dos horas cuando me dirigí a la línea de cajeros. Me había cruzado otras dos veces con la señora, confirmando mis sospechas: sus nalgas eran de verdad; se hinchaban y se endurecían con cada esfuerzo que hacía por empujar su carro de la compra. Pero su mirada seguía helándome las entrañas. El centro comercial estaba a rebosar y ya se empezaban a formar aglomeraciones en las cajas. Era el momento idóneo para ahuecar. Sólo había comprado un par de cervezas, pan y salchichas para la cena. Me situé en la caja número cinco. En la siguiente, en la seis, se hallaba la señora, con su carro repleto. Ya estaba depositando sus compras en la cinta. La veía de espaldas, atareada y ausente. Tenía ese magnífico trasero, como dos soles, a menos de metro y medio. ¿Estaría el diablo tonteando conmigo? Ya veía los titulares: “Señora violentada por maníaco sexual”. Ella fue la primera en dejar la caja. Sujetaba tres bolsas en ...