1. La Isla del Pecado


    Fecha: 06/05/2024, Categorías: Incesto Autor: Zorro Blanco, Fuente: TodoRelatos

    15 de febrero de 1621
    
    Me acuerdo de aquella tarde en que estaba tumbada en la playa echando la siesta, mis hijos habían ido de caza y cuando me desperté, me levanté para hacer mis necesidades y fui a ocultarme detrás de unas rocas, pero cuando me acercaba, para mi sorpresa descubrí a Carlos tumbado en la playa junto a las rocas hacia donde yo iba, oculto tras ellas.
    
    Inocentemente creí que descansaba, pero cuando me fijé bien, descubrí que se había bajado los pantalones y su pene estaba erecto mientras él lo tomaba con su mano y se masturbaba, al parecer con gran deleite, acelerando y parando a los pocos segundos, continuando más despacio otro ratito y volviendo a acelerar.
    
    Me causó mucha impresión y me agaché ocultándome rápidamente tras el tronco de una palera que caía a la arena y se alargaba hasta el mar. No me vio, ya que mientras lo hacía mantenía sus ojos cerrados, seguramente como yo hacía, ¡tal vez imaginándome desnuda! —pensé yo escandalizándome.
    
    Entonces, de inmediato, una intensa curiosidad se apoderó de mí y volví a asomarme, parapetada desde mi escondite.
    
    Continué observando cómo asía su miembro y lo movía enérgicamente. Rememoré los primeros encuentros sexuales con mi marido, cuando él, bajo las enaguas de la mesa me forzaba a palpar su miembro y a masturbarlo.
    
    Pero ahora era distinto, o al menos me lo parecía, pues era mi hijo y aunque yo lo hiciera con mi marido, nunca llegué a bien su falo erecto, pues siempre lo hicimos a oscuras o en la ...
    ... tenue penumbra de una vela en la que nuestros cuerpos se dibujaban entre brumosas sombras.
    
    Ahora Carlos, desnudo por completo y plenamente desarrollado, mostraba su cuerpo sin vergüenza, ajeno a mis observaciones y se entregaba a su masturbación igualmente ajeno a ellas. Mis ojos se clavaban en su falo erecto, y admiraban su forma y su tamaño, sin poder apartar la vista de ellos.
    
    Seguí mirando hasta el final, hasta que su joven cuerpo se tensó en el suelo como un arco sobre la arena y dio varios espasmos mientras por su mano resbalaba el líquido de su masturbación, al igual que lo hacía por las mías cuando era yo la que masturbaba a mi marido.
    
    De nuevo los recuerdos volvieron a mí, calientes recuerdos de calientes escenas de mi juventud amorosa junto a mi marido, cuando nos descubríamos mutuamente y nos entregábamos con inmenso pudor al placer y al sexo.
    
    Luego se levantó y fue a la orilla a lavarse tanto sus manos como sus partes.
    
    Estaba tan terriblemente excitada que aproveché el momento y huí, busqué un refugio para entregarme a mi placer de una forma que no imaginaba que pudiese hacerlo.
    
    Llegué a introducir mis dedos en mi sexo, cosa que nunca hacía, pues siempre me hacía sentir fatal imaginarme el pecado que ello implicaba, de forma que me limitaba a acariciarme por fuera y como mucho deslizar un dedo levemente por mi surco.
    
    Pero aquella tarde me vi, fuera de mí, penetrándome con mis dedos como una desesperada, con uno con dos y con hasta tres, mientras ...
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