1. Mi mujer. Mi puta


    Fecha: 15/05/2024, Categorías: Hetero Autor: El Escriba, Fuente: TodoRelatos

    ... como pudo, y yo volvía empujar de nuevo dentro, si cabe con más fuerza que antes.
    
    Poco a poco mi polla fue penetrando en su cuerpo, sintiendo el suave roce que su ano le proporcionaba, el modo en el que su ano envolvía mi verga, haciéndola suya, haciendo que cada milímetro que avanzaba dentro de él, sintiera un placer único e indescriptible.
    
    Cuando había logrado meterle más de media polla dentro de su culo, Silvia volvió a acomodarse sobre la cama, girando de nuevo la cabeza hacia delante, hasta apoyarla sobre las sábanas, a la vez que una de sus manos se dirigió sigilosa, pero segura, hasta su coño y su clítoris.
    
    Mientras la puta de mi mujer se masturbaba y me entregaba su delicioso culo, mi verga no dejó de penetrarle el culo, una y otra vez, ganando en ímpetu e intensidad, hasta acabar entrando por completo en su cuerpo.
    
    Sujeto a sus caderas y nalgas, mi cuerpo no dejaba de empujar, de meter y sacar mi polla dentro de aquel maravilloso y oscuro agujerito, sintiendo cómo se abría a cada uno de mis empujones. Sintiendo como la suave y cálida piel de su ano envolvía, en una dulce e interminable caricia, a mi dura y gruesa polla.
    
    Silvia, la puta de Silvia, siguió acariciando y masturbando, cada vez con más ganas e intensidad, su encharcado coño y su ardiente clítoris. Sus gemidos eran constantes, cada vez más intensos y embravecidos. Ello provocó que mis arremetidas fueran cada vez más intensas y profundas, hasta lograr que mis huevos rozaran en la suave piel ...
    ... de sus nalgas.
    
    Poco a poco, sus gemidos se convirtieron en alaridos de placer, en auténticos gruñidos. No recordaba haber sentido así a mi mujer nunca. Algo la había ocurrido, algo que la había cambiado, que la había transformado en la más sublime y excelente puta. Porque sí, las putas también pueden ser excelentes, maravillosas y absolutamente embriagadoras.
    
    En un momento dado, su cuerpo comenzó a contonearse de un modo inequívoco, a la vez que de su garganta manaban sonoros gemidos de placer, hasta convertirse en un poderoso grito. Todo su cuerpo tembló, su ano se contrajo, pariendo que quisiera estrangular mi verga, a la vez que con su mano presionó con todas sus fuerzas sobre su coño y su clítoris.
    
    Mientras duraron sus convulsiones, de su garganta sólo brotaron gruñidos, más propios de un animal que de una mujer de 46 años. Y mientras ello sucedió, mi cuerpo dejó de moverse, atento a cada una de las reacciones de Silvia.
    
    Cuando su orgasmo bajó en intensidad, hasta volver a hacer que su cuerpo se relajara, volví a arremeter contra su coño. Primero de forma suave, pausada, casi a cámara lenta. Para, poco a poco, incrementar el ritmo de mis embestidas, perforando con fuerza aquel cuerpo que ahora me pertenecía, que era mío, que ella misma, mi mujer, me había ofrecido para mi disfrute y mi placer.
    
    Azoté sus nalgas con fuerza, con ambas manos, haciéndolas enrojecer, a la vez que mi ritmo se hizo endiabladamente intenso, a la vez que mis embestidas se hicieron tan ...