Diario de un Consentidor 183 Los ausentes
Fecha: 31/05/2024,
Categorías:
Intercambios
Autor: Mario, Fuente: TodoRelatos
... el plan, ¿no es cierto?, trabajar lo justo y follar como cerdos en la villa de Paul y Maggie, ¿o crees que no iba a enterarme de la jugada?
—Esa es otra de las cosas que no me gustó desde el principio. Te lo dije hace tiempo, Ángel estaba confundiendo la relación que manteníamos.
—¡No te consiento que hables de Ángel en pasado como si estuviera muerto!
—Te equivocas, hablo de una relación que, cuando regrese, no volverá a ser igual.
—Te subestimé, creí que serías una de tantas putitas jóvenes que han pasado por nuestra cama con las que se ha encaprichado, se lo dije a Mario. No contaba con que se engancharía hasta ese extremo.
—No es lo que quería, te lo advertí pero no me escuchaste.
—Ahora mi preocupación es otra; cuando todo se solucione, me encargaré de acabar con esto.
—Comprendo que trates de buscar un culpable para lo que está sucediendo pero no soy yo. Si hubiera volado, ahora estaría también desaparecida. Si le hubiera avisado, no habrían cambiado las cosas, él habría acudido a la cita con Robert o no, tampoco sabemos qué decisión tomó. Estoy tan preocupada por él como tú.
—De eso nada, ¿quién te has creído que eres?
—De acuerdo, pero no soy tu enemiga, no me conviertas en tu oponente porque desde el principio hemos estado en el mismo bando, juntas con él, y cuando he visto algo que no iba bien te lo he dicho. Este viaje era un error en lo profesional y en lo personal, a nosotras nos perjudicaba y a vosotros también. Por eso no volé. Ahora, ...
... piensa lo que quieras.
Silencio, silencio.
—Si me entero de algo te llamo.
—Yo también, trata de descansar.
Solté el teléfono, no era capaz de asimilar la conversación, estaba agotada.
—¿Qué ha sido eso?
—Nada, vuelve a la cama.
—¿Vienes?
—Necesito estar sola un rato, voy a la terraza.
—No salgas en pelotas, vas a coger frío, ponte algo.
Marqué, estaba temblando pero no de frío.
—¿Carmen?
—Mario, perdona, os he despertado.
—¿Qué sucede? Es Carmen. —dijo en voz baja.
—Ha llamado Claudia. Oh, Dios, ha sido…
—Tranquilízate, qué te ha dicho.
—Lo siento, lo siento.
—No pasa nada, cariño, cuéntamelo.
Dormí mal, los esfuerzos de Jacobo por aliviarme el desasosiego fueron inútiles y al amanecer decidimos no prolongar una noche que Claudia se había encargado de arruinar. Sin más intentos frustrados nos despedimos con la promesa de recuperar la ocasión antes de su partida.
Llegué demasiado pronto. Desayuné con calma en la cafetería de la glorieta, la única sin televisor lo cual me libraba de soportar las mismas noticias sobre el tema que eclipsaba el resto de sucesos acaecidos en el mundo. Pasé por el kiosco: Bush, a toda portada, amenazaba con una larga guerra; Solana apostaba por una gran coalición contra el terror.
Subí sola en el ascensor recordando la conversación con Claudia; llegué a mi planta; debería haber sido más sincera con ella la primera vez que hablamos; rebusqué las llaves en el bolso; sí, habría evitado malos ...