Mi odiosa hermanastra II (16)
Fecha: 14/10/2024,
Categorías:
Incesto
Autor: Gabriel B, Fuente: TodoRelatos
... vez más intensos y dulces. Le metí dos dedos en la boca, los cuales ella empezó a succionar como una bebita con su chupete, lo que ayudó a atenuar esos sonidos que empezaban a asustarme.
Nos quedamos unos minutos así, apareándonos silenciosamente, con mis dedos en su boca y mi pija en su sexo. Pero luego me detuve un instante. No me quería perder el placer de saborear su orto. Me incliné, agarré sus dos nalgas y hundí mi lengua en el medio de ellas. Me encontré enseguida con su ano, pero cuando quise lamerlo con mayor fruición Amalia giró inesperadamente. Para mi sorpresa se quitó la calza y la tanga, quedando desnuda de cintura para abajo, lo que nos complicaría la vida si nos viéramos obligados a detenernos repentinamente.
Me encontré con su sexo frente a mi rostro. Tenía una delgada mata de vello púbico color amarillo. Me erguí para volver a penetrarla, esta vez de frente. Pero ella me detuvo, apoyando su mano en mi cabeza, empujando hacia abajo con fuerza, mostrando por primera vez su lado dominante.
Esta vez quedé de rodillas frente a su golosa vagina. Ella apoyó la espalda contra la pared y flexionó levemente sus rodillas. Empecé a lamerla suavemente. Amalia me acariciaba el cabello mientras le comía su salada concha. Tenía el delicioso sabor de la lujuria. Me encontré con el clítoris y empecé a succionarlo con intensidad. Mi madrastra empezó a gemir haciendo más ruido del conveniente. Pero luego los sonidos salieron atenuados. Levanté la vista y vi que se ...
... había metido unos dedos en la boca, y los estaba succionando, imitando lo que yo había hecho hacia unos minutos.
Ella meneaba lentamente las caderas, con lo que restregaba su sexo en mi cara, dificultándome la tarea, pero como a ella parecía gustarle hacerlo, no me quejaba. No obstante, lo que si impidió que pudiera estar mucho tiempo ahí fue el dolor que empezaba a sentir en las rodillas. Me paré con dificultad, sintiendo el tirón en ambas piernas, y las rodillas ardiendo, y me senté en el inodoro.
—Traeme esa concha acá —le dije.
Ella levantó una pierna y la apoyó sobre el bidet, y yo me tuve que inclinar mucho para poder llevar mi lengua a su entrepierna, pero aún así era más cómodo que lo que estaba haciendo hacia un rato.
Y así estuve por varios minutos. Succionando esa parte tan íntima, esa zona en la que mi propio padre habría incursionado incontables veces. El vello se frotaba en mi rostro cada tanto, y de su sexo salía abundante fluido. Estaba convencido de que me iba a tener ahí hasta hacerla acabar, pero me había equivocado.
Amalia se montó sobre mí, sentándose a horcajadas en mi regazo. Mi sexo se hundió en ella con más facilidad que la primera vez. Me aferré a sus tetas, mientras ella se meneaba lentamente adelante atrás. Por un momento temí que el inodoro no soportara el peso de ambos a la vez. Por momentos parecía moverse. Pero a ella parecía no molestarle ese detalle, o sería que estaba tan caliente que ni siquiera reparaba en lo peligroso de la ...