1. Mi odiosa hermanastra II (16)


    Fecha: 14/10/2024, Categorías: Incesto Autor: Gabriel B, Fuente: TodoRelatos

    ... situación. Me pregunté qué clase de mujer era realmente. Aunque supiera de la nefasta traición de papá, eso no terminaba de explicar por qué corría semejante riesgo, por qué se estaba entregando a su hijastro con tanta determinación. Me planteé una posible respuesta, una en la que ya había pensado más de una vez: Amalia era simplemente una mujer con un apetito sexual inmenso. Y al igual que yo, no estaba haciendo más que saciar sus deseos. Quizás la respuesta era así de simple.
    
    Le levanté la remera. Ella no llegó a quitársela, cosa que era lo más prudente, pero sus tetas quedaron desnudas ante mi vista. Me llevé una de ellas a mi boca, y empecé a succionar su pezón con fruición.
    
    —Eso, pendejo, chupale las tetas a tu profe, chupáselas mientras te la cogés —me animó ella—. Cogete a tu madrastra, pendejo atrevido —agregó, haciéndose eco de todas mis fantasías, tanto las pasadas como las presentes.
    
    Disfruté de su dulce teta mientras que mis manos ahora se perdieron en su orto, a la vez que mi pija seguía completamente hundida en su sexo. Estrujé sus nalgas con violencia, mientras sentía su cuerpo mucho más tenso que antes. Va a acabar, me dije.
    
    En efecto, unos instantes después Amalia alcanzaba el orgasmo. Cualquier precaución que nos hubiéramos tomado resultaron obsoletas cuando mi madrastra soltó el grito producto del clímax.
    
    Su insensatez no dejaba de sorprenderme. ¿Sería que quería que alguna de sus hijas nos descubriera?, me pregunté. No obstante seguía con ...
    ... la pija dura, por lo que no es que tuviera mucho tiempo para pensar en esas cosas.
    
    Amalia se levantó lentamente. Se miró por un instante en el espejo.
    
    —Qué gorda que estoy —dijo.
    
    —Nada que ver. Tenés un cuerpo perfecto —aseguré.
    
    Era cierto, obviamente. No tenía la cintura de avispa como Samara, pero esas adiposidades eran insignificantes como para considerárselas gordura. Y ya ni hablemos de esas violentas curvas que hacía su cuerpo. Sus caderas, sus muslos, su trasero y sus tetas. Todo eso era como una autopista llena curvas vertiginosas. Y yo era el conductor que estaba circulando por esa cimbreante figura. Era imposible negar la sensualidad de su cuerpo. Podría incluso engordar diez kilogramos y seguiría teniendo un ejército de hombres deseosos de poseerla.
    
    —Gracias —me dijo—. Qué dulce.
    
    Amalia se inclinó, y se llevó mi verga a la boca. No me sorprendió que no le molestara el hecho de que mi sexo estuviera impregnado de su propio flujo vaginal. De tal palo tal astilla, pensé, recordando a la warra de Samara. Y todo parecía indicar que Amalia era incluso más osada que la más puta de sus hijas. ¿En dónde me fui a meter?, me pregunté, por enésima vez. Y por enésima vez agradecí a mi destino haberme puesto en esa casa, por más que la tragedia estuviera siempre amenazando con desatarse.
    
    Amalia saboreó mi verga durante un buen rato, hasta que sentí que la eyaculación era inminente. No me molesté en advertírselo. Se iba a tragar hasta la última gota, y no era ...
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