Cuarenta y veinte
Fecha: 23/03/2018,
Categorías:
Hetero
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... dulzura, toda miel, se deshacía entre los brazos como una mariposa apretujada entre los toscos dedos. Mi sexo erguido campaneaba de placer, azotado por olas de sangre caliente que iban a estallar allí como en las faldas de un faro. Pero todavía me negaba a penetrarla. En el fondo de mí esperaba algo, algo que me detuviera antes de hundirme en ese pozo del deseo, una especie de voluntad externa que me contuviera en la orilla del templo, antes de cometer una profanación. Pero nada sucedió. Los hados estaban de mi parte. Mi olfato percibió el aroma incitante de su vulva ansiosa, y probé sus jugos con la punta de mi lengua. Tenía un sabor dulce, como un vino afrutado. Volví a hundirme en la espesura de aquel monte hasta que ella se revolvió jadeante, casi en estado de éxtasis. Supe que estaba lista, porque su pecho subía y bajaba con celeridad, porque en sus labios asomaba cada tanto su lengua sonrosada, porque sus manos se aferraban a mi espalda con desesperación, clavándome las uñas, y porque su sexo estaba húmedo y anhelante. Yo también estaba listo. Coloqué mi falo erecto sobre la abertura suave de esa vaina, y me dejé ir. Al primer impulso la penetré profundamente, y ella respingó y profirió un grito ahogado. Mi verga desapareció tragada por esa oscura garganta, deslizándose en la gruta caliente y húmeda que había encontrado. Emergió y volvió a clavarse, buscando en cada embate una mayor profundidad. Paula se revolvió y emitió un aaahhh prolongado, mientras mi sexo ...
... horadaba su templo. Después de unos segundos, creí ver que se acostumbraba al grosor del mástil que la penetraba, y entonces saqué mi verga y la cambié de posición. Levanté sus piernas y me las coloqué en los hombros, mientras mi polla iba por lo suyo. Todo mi cuerpo se apoyó en aquel lance fundamental: no era sólo mi sexo sino todo mi ser quien penetraba hasta el fondo de sus entrañas. Ah, Paula, creo que nunca había conocido tanto placer. Ella contuvo el aliento y exhaló después un suspiro largo, como quien toma aire al volver de una zambullida en las aguas de un río. Pero no le di tiempo de reponerse. Volví a lanzarme hasta el fondo, buscando en aquellas aguas calmar las intensas sensaciones que tenía. Esta vez el que lanzó un murmullo de placer fui yo, porque por un momento sentí que había alcanzado el máximo goce posible. Mi sexo estaba siendo azotado por un intenso mar de sensaciones que lo recorrían desde el tronco hasta la punta. Paula estaba ya a punto de derramarse. Un momento antes de lanzar mis chorros de fuego líquido, sentí que abajo estallaba la marea alta sobre mi tronco. Ella estaba lanzando sobre mí una cascada venturosa de pasión, a la que correspondí generosamente. Detuve mis rítmicas acometidas, asaltado por una serie de espasmos que anunciaban la hora final. Escuché un sonido de campanas retumbando en mi cabeza. Paula era mía y yo todo suyo en aquella entrega. Nuestros cuerpos se fundieron uno al otro, vibrando al unísono con aquella melodía placentera.