Lujuria en la reunión familiar (3)
Fecha: 17/03/2025,
Categorías:
Incesto
Autor: Gabriel B, Fuente: TodoRelatos
Capítulo 3
—Lo que podemos hacer es que el que pierda tenga que elegir entre tomar un trago de whisky o quitarse una prenda —comentó Rosina.
Ya me parecía demasiado eso de jugar por prendas, así que me sentí aliviado cuando escuché eso. Además, dudaba de que ella se animara a quedar media desnuda frente a nosotros. Por suerte la chica entró en razón, pensé.
—Ya sabía que eras una cagona —la toreó Juanjo.
—No soy cagona. Es que si solo jugamos por ropa, el juego va a terminar enseguida —replicó ella—. Es más divertido así.
Mi prima tenía razón, y yo había sido demasiado lento como para darme cuenta de eso. Y si le agregábamos al juego el alcohol, en realidad la cosa se iba ir a la mismísima mierda misma.
Esta vez cambiamos de quipo. Rosina jugaría con Juanjo, y yo con Matías. Concluimos que las zapatillas y las medias no contaban como prendas. De hecho, salvo Juanjo, todos estábamos sin medias. En mi caso me encontraba descalzo, mientras que Rosina y Matías llevaban ojotas. Así que todos los varones contábamos con tres prendas. Remeras, bermudas, y ropa interior. Mientras que ella, supuse, tenía cuatro. La calza, la remera, y las dos piezas de ropa íntima.
Matías repartió las cartas. Estábamos los cuatro subidos a la cama, formando entre todos una cruz. En el centro quedaba el mazo de cartas. Entonces Rosina hizo un movimiento que en cualquier otro momento podría pasar desapercibido, pero en el contexto en el que estábamos resultó increíblemente ...
... provocador: Se recostó boca abajo, con las piernas flexionadas apuntando al techo, y el mentón apoyado en sus manos abiertas, cuyos dedos se extendían hasta las mejillas.
Como digo, no es que estuviera haciendo nada fuera de lugar, pero es que con ese impresionante orto que había sacado en tan poco tiempo, que encima estaba cubierto por esa calza tan ajustada que dejaba su forma al desnudo, era imposible que no desviáramos la vista hacia esa zona de su cuerpo a cada rato. Por más que se tratara de sus primos, ella tenía que saber lo que ese sobrenatural ojete podía generar en los hombres, tuviesen o no parentesco con ella. Además, el día anterior los chicos habían confirmado que, si pudiesen, se la cogerían, por lo que no me quedó dudas de que ya estaban alucinando con ella.
Y yo… Yo era tan vulnerable a esas contundentes curvas como cualquier otro. Por más que me la quisiera dar de moralista, bastaban unos segundos en los que mi mirada se sumieran en esas dos esferas carnosas para olvidarme de que esa chica era la misma prima a la que conocía desde que éramos niños, a quien además había despreciado incontables veces.
Cada vez que me había planteado el incesto, había pensado en Rosina y en su obsesión por mí, llegando siempre a la conclusión de que ni loco me podría acostar con una prima. Pero ahora me daba cuenta de mi enorme hipocresía. Una hipocresía que estuvo incluso oculta de mí mismo. Hasta ahora.
Y había otra cosa que me resultaba muy sugerente de esa posición en la ...