Memorias de Sandra. Primeros cuernos para Ramón - Relatos Eróticos

Memorias de Sandra. Primeros cuernos para Ramón

... preocupación y, por supuesto, sin frío. Tumbados en el suelo o sobre algunos cojines abrir mis piernas y recibir la verga dura y babosa en mi coño caliente y mojado.

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Las paredes encaladas y los detalles en azulejos se extienden también por toda la casa, creando una sensación de frescura y autenticidad. La sala de estar, con suelos de baldosas originales y muebles de madera rústica, proporcionan un ambiente acogedor. Hemos hecho el amor en cada rincón de nuestro hogar y en cada silla, con Ramón sentado y yo abierta sobre él. En los sofás del salón, contra una puerta, en la ducha o en el retrete. Tengo almacenado en mi memoria cada detalle de esos polvazos, desde las penetraciones sobre los cojines bordados a mano en los que me arrodillo para lamerle los huevos, hasta los cuadros eróticos que adornan el dormitorio y que he mirado mientras me llegaban los orgasmos. La casa, para mí, es un lugar que respira sexo y refleja nuestra pasión y desenfreno.

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La cocina, en la que por supuesto también hemos follado decenas de veces, se abre desde la sala de estar, ha sido modernizada sin perder el encanto original. He sido sodomizada innumerables veces debido a la afición de mi maridito por meterme los dedos untados de mantequilla por el culo, antes de romperme el ...

... ano.

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El sonido del frigorífico o el microhondas coexisten en armonía con mis gemidos cuando le siento entrar, traspasar con su verga mi ano dado de sí, creando una sinfonía peculiar y morbosa. En las cenas familiares, el aroma de las especias se mezcla con el ambiente cálido y hogareño. Pero cuando Ramón saca la mantequilla del frigorífico, y yo no sé si es para untarla en el pan o para metérmela por el culo, mi vientre es recorrido por un ejército de hormigas y mi coño se moja instantáneamente.

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En la cotidianidad de nuestra vida, los dos juntos, hay un ritual reconfortante que se teje entre las notas de las recetas y el aroma de los ingredientes. Mientras estoy ocupada entre cazuelas y sartenes, Ramón no puede resistirse a la tentación de acercarse. De vez en cuando, como un suave susurro de cariño, siento sus pasos aproximándose desde atrás. La cocina se convierte en un escenario de complicidad silenciosa. Sus brazos rodean delicadamente mi cintura, y sus labios encuentran su camino hacia mi mejilla o mi cuello. Son besos llenos de dulzura, gestos simples pero profundos que se entrelazan con el aroma de las especias y las creaciones culinarias que estamos preparando. Sus caricias, a veces juguetonas, a veces más tiernas, se convierten en una paleta de emociones que danzan entre las ollas burbujeantes. Nada me resulta más erótico que ...