Irene y sus primos
Fecha: 02/06/2025,
Categorías:
Incesto
Autor: Montes Federico, Fuente: CuentoRelatos
Hola, mi nombre es Irene, soy parte de una familia radicada en el oeste de la provincia de Buenos Aires. Soy única hija ya que mis padres tuvieron dificultades para concebir, llegué cuando no tenían ya muchas esperanzas. Crecí en las afueras de un pueblo de campo, chato y aburrido. En el verano se ponía más interesante porque mis tres primos porteños venían a pasar largo tiempo y compartíamos cabalgatas, juegos, zambullidas en la laguna y a la noche juegos de mesa, rondas de chistes y todas las boludeces de pre adolescentes que nos encantaban.
Me llevaba bien con ellos. Eran más vivos y rápidos que los pibes del lugar, sabían más del mundo y no eran tan brutos conmigo, Sobre todo me llevaba de maravillas con Julián, mi primo preferido. Con él llegamos a tontear, nos tomamos de la mano y la mayor locura fue, antes de irse un verano, darnos un beso. Cuando terminé la primaria, mis viejos me mandaron a un internado en Trenque Lauquen, un colegio de monjas para hacer la secundaria. Un garrón. Encima durante varios veranos, las familias de mis primos se fueron a Uruguay y Brasil, aprovechando el dólar barato de los 90 y recién volvimos a vernos al cabo de unos años, cuando yo cumplí 18 y había terminado la secundaria.
Para esa época yo me había desarrollado y estaba hecha una señorita “interesante”, como decían en la zona. Con 1.60 de altura, rubia, flaquita, cara de nena sabandija, tenía unas lindas tetitas y un culito firme y parado (fruto de las insoportables hermanas ...
... que nos tenían a pura gimnasia y ejercicios), estaba muy “crecidita” para mi edad y eso desató una obsesiva preocupación de mis padres por controlar lo que hacía. Entre las monjas y mis viejos, no tenía ni chance de hacer nada con mis hormonas y mis deseos juveniles. En realidad ni tenía idea que hacer. Visto desde ahora, era una ignorante absoluta en las lides del placer (como todas mis amigas). Vivía en un mundo lleno de reglas, moralina, ignorancia y sobre todo, con la obligación de cuidarse del “qué dirán”.
El encuentro con mis primos fue apoteótico. Nos abrazamos, nos saludamos a los gritos y a pura alegría. Ellos también estaban “creciditos”, hechos unos guachos preciosos. Apenas bajaron todo se fueron a cambiar y nos fuimos de recorrida a la laguna y a estar solos para contarnos todo lo de estos años que no nos vimos.
- “¿Y, primita?, preguntó Julián después de horas de chusmear entre nosotros, “¿te conseguiste un noviecito ya?
Me puse re colorada y negué con la cabeza, pero me dio bronca parecer una pelotuda, más cuando dos de ellos me contaron sus aventuras en Brasil, donde las mujeres eran (en esos años) mucho más liberales. Hablaban de sexo abiertamente y yo creo que la pasé todo el tiempo colorada hasta las orejas. Me sentía una boluda (en realidad lo era bastante). Solo Julián se quedó callado sin decir nada. Volvimos a casa para cenar y, esa noche, Julián dijo que se iba a caminar hasta la vieja estación abandonada.
- “Esperá que voy con vos”, dije. Y ...