Sumisa infiel y marido cornudo
Fecha: 06/07/2025,
Categorías:
Dominación / BDSM,
Autor: sumisabondage, Fuente: CuentoRelatos
... como una loca posesa al tener el orgasmo. Luego, con las últimas convulsiones, se apartó, aunque me mantuvo inmóvil en esa posición los minutos posteriores en los que yo resoplaba cachonda y excitada.
“date la vuelta y ponte de rodillas” – y al instante obedecí.
Ya de rodillas, me indicó que mirara al suelo.
“Vas a ser una buena perrita, ¿verdad que sí?”.
“sí señor” – respondí.
“Pon las manos a la espalda” – me indicó, y yo, de rodillas, desnuda y cabizbaja, puse mis manos a la espalda, con el Amo que se erigía de pie delante de mí.
“Me gustas” – dijo erótico y morboso, y tras una pausa corta añadió – “eres una preciosa perrita sumisa”.
Yo seguí postrada y callada.
Entonces se dirigió a mi novio. Le dijo que me había contratado para trabajar para él, y que iba a impartirme disciplina severa y estricta cada minuto del día para ser dócil y obediente. Le explicó que tengo prohibido hablar sin permiso, que no puedo mirarle, y que su novia era de él en esa oficina. Para demostrarlo, acarició mis pechos desnudos con sus manos, manoseó cuanto quiso, y jugueteó con mis pezones erectos.
“¿Te gusta que te toque, zorra?” – me preguntó.
“Sí, señor” – respondí sincera.
Fue breve el toqueteo, porque tan sólo fue una demostración para que mi novio me viera y se supiera cornudo. Entonces tomó un juego de esposas, cerró cada aro en cada una de mis muñecas, y ya con las manos atadas a la espalda, me ordenó levantarme. Casi andando a empujones y trompicones ...
... porque los tacones altos y los ojos vendados me impedían andar con facilidad me condujo hasta un lateral de la mesa.
“Abre la boca” – y yo, al hacerlo, noté que entraba una gruesa bola redonda y maciza en el interior de mi boca. Llevó las correas por cada mejilla, apretó y cerró la hebilla al máximo de presión detrás de mi nuca, dejándome sólidamente amordazada.
Tomó acto seguido dos pinzas de metal, las colocó cada una en un pezón, y apretó la rosca hasta presionar mis pezones.
“¿Te duele, zorra?” – quiso saber, y tan sólo pude emitir un “fffiii fffefffeeooorr” por culpa de la mordaza.
“Pues vas a sufrir más todavía” – añadió con perversión.
Me puso un collar en el cuello, que supuse debía de llevar un aro en el centro, porque me ordenó inclinarme en posición de boca abajo hasta acostar mi ombligo y mis pechos con las pinzas sobre la madera plana de la mesa. La frente también tocaba la mesa, y en algún sitio debió de haber un enganche o cadena a la mesa, porque al darme la orden de incorporarme vi que no podía levantarme de la superficie de la mesa.
Sólo estaba inclinada y tumbada sobre la mesa de cintura hacia arriba. Las piernas seguían rectas de pie. Me ordenó abrirlas, mucho, al máximo, y sentí aro de esposas en cada uno de mis tobillos. Tenía las piernas que no podía abrirlas más. Estaban al máximo de abiertas, cada una a un extremo, y deduje que el otro aro de las esposas estaba sujeta a algún hierro o pata de la mesa en cada extremo, porque no podía ...