La mujer del policía (caps. 1 a 3)
Fecha: 13/10/2025,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Juan m 8722, Fuente: CuentoRelatos
Capítulo 1
Esa mañana, como tantas otras, se levantó temprano para preparar el desayuno. El sol apenas asomaba por la ventana de la cocina mientras freía huevos, tostaba pan y calentaba la leche. Puso las tazas sobre la mesa, sirvió chocolatada para los chicos y café fuerte para su marido. Él, vestido ya con el uniforme azul, el cinturón apretado, la pistola en la cintura, la miraba sin decir mucho. Estaba de turno, lo habían asignado a un operativo en una villa al sur. Se creía importante. Se acomodó la gorra, revisó el handy, tomó el café sin agradecer y salió con paso marcial.
Ella lo miró desde la puerta. Ese hombre que dormía con ella cada noche. Que compartía su cama, pero no su cuerpo.
—Buen día, mi amor… portate bien —le dijo él sin mirarla, antes de subirse al patrullero.
Ella le respondió con una sonrisa vacía.
Después vistió a los chicos. Uniformes impecables, mochilas listas, caras limpias. Les dio un beso a cada uno en la frente antes de mandarlos al colegio. A las ocho en punto, la casa quedó en silencio.
Y entonces cambió todo.
Apenas cerró la puerta, se sacó la remera vieja que usaba para dormir. Tenía el cuerpo de una mujer que había parido tres veces pero aún se mantenía firme. Tetas grandes, pesadas, caídas lo justo; panza suave, marcada por la vida; y un culo carnoso que sobresalía apenas del short apretado. Tenía hambre. Pero no de comida.
Fue hasta el baño y se dio una ducha rápida. Se afeitó los labios de la concha con cuidado, ...
... se perfumó en las ingles y en los pezones, y eligió ropa pensada para una sola cosa: provocarlo. Una tanguita roja que le partía el culo, un camisón negro que apenas le tapaba los pezones, y nada más. Se miró en el espejo y sonrió. El cuerpo de una madre. Pero con alma de puta.
Él venía por primera vez. Un conductor de Uber, morocho, grandote, de esos que te hablan con picardía desde el retrovisor. Se habían conocido en un viaje corto, pero él fue directo.
Ella subió al auto una tarde pesada, húmeda, con el maquillaje apenas corrido y una camisa blanca que se le pegaba al cuerpo por el sudor. No llevaba corpiño. Sus tetas grandes, firmes, marcaban cada movimiento bajo la tela tensa. Cada frenada, cada curva, las hacía temblar como dos promesas. Él lo notó enseguida.
Desde el retrovisor, sus ojos subían y bajaban, discretos pero insistentes. Ella lo percibía. Le gustaba ese juego. Fingía mirar el celular mientras lo vigilaba de reojo. Se acomodaba la camisa como por descuido, apretando los brazos para que el escote se realzara aún más. El silencio del auto se cargaba de electricidad.
—¿Siempre te vestís así para salir a hacer compras? —preguntó él, sin quitar la vista del camino, pero con una sonrisa que se colaba en la voz.
Ella sonrió también, sin responder al principio. Luego giró la cabeza hacia él, con picardía.
—¿Así cómo?
—Así… tan peligrosa —dijo él, y se mojó los labios—. Si te toca un chofer con menos autocontrol…
—¿Te cuesta controlarte? —le ...