1. La mujer del policía (caps. 1 a 3)


    Fecha: 13/10/2025, Categorías: Infidelidad Autor: Juan m 8722, Fuente: CuentoRelatos

    ... soltó, sin mirarlo.
    
    —Mucho. No sabés lo que hacen esos pezones marcados ahí atrás…
    
    Ella sintió el hormigueo en el vientre. Le temblaron un poco las piernas. Había algo en esa voz, en ese tono, que le aflojaba las defensas. Él no era un galán. Tenía esa forma de hablarle que la hacía sentir desnuda sin necesidad de tocarla.
    
    Él ya había visto el anillo, apenas se subió. Mano izquierda, anillo fino, gastado. No dijo nada, pero lo supo. Y eso le calentaba más.
    
    —Estoy casada —dijo ella, casi como para poner un límite.
    
    —Ya lo noté —respondió él sin titubear—. Igual eso no cambia nada.
    
    —Con un policía —aclaró, mirándolo de reojo.
    
    Él se rio, suave, con burla.
    
    —Peor para él.
    
    —¿No te da miedo?
    
    —¿Miedo? Me calienta más. Imaginarme metiéndome con la mujer de un yuta… haciéndote acabar mientras él patrulla la ciudad con cara de boludo. ¿No te calienta eso a vos?
    
    Ella no respondió. Se mordió el labio. Miraba por la ventana pero su mente ya no estaba ahí.
    
    —Vos necesitás otra cosa —siguió él, bajando la voz—. Alguien que te mire como te miré yo apenas subiste. Que te diga la verdad sin dar vueltas. Que te coja como te merecés… no como si fueras una porcelana.
    
    Cuando llegaron, ella ya estaba húmeda.
    
    —¿Tenés WhatsApp? —le preguntó mientras pagaba, como quien pregunta la hora.
    
    —Solo si me lo vas a usar bien.
    
    Ella anotó su número en la pantalla del auto. No dijo nada más. Bajó con las tetas aún marcadas, la sonrisa escondida, y el calor ...
    ... latiéndole entre las piernas.
    
    Semanas después ya se pasaban fotos calientes por WhatsApp. Ella le mandaba todo: tetas, culo, la concha abierta con dos dedos, hasta un video en el que se masturbaba sobre una silla de la cocina usando un consolador negro, largo y grueso. Se lo metía lento, con una mano, mientras con la otra se apretaba los pezones. Gemía bajito, mirando a la cámara. Sabía lo que hacía.
    
    Él no se quedó atrás. Le mandaba fotos de su verga dura, reventando de venas, apuntando a la cámara como si quisiera atravesarla. Ella se mojaba con solo verla.
    
    Cuando el timbre sonó, el corazón se le aceleró.
    
    Abrió la puerta sin corpiño, sin vergüenza. Él entró sin saludar. La miró, la recorrió con los ojos, y dijo:
    
    —Así que esta es la casita del cana cornudo…
    
    Ella tragó saliva. Se le mojó la bombacha al instante.
    
    —Callate… vení —le dijo, cerrando con llave.
    
    Él la empujó contra la pared del pasillo, le levantó el camisón de un tirón y le metió la mano por la bombacha, directo a la concha. Las manos de él eran ásperas, fibrosas, de laburante. Dedos gruesos, callosos, que encajaron en ella como si siempre hubieran sido suyos.
    
    —Estás chorreando, mamita. Pensando en mí desde anoche, ¿no?
    
    —Sí… me pajeé con tus fotos, me tocaba pensando en esa pija… —gimió ella, mientras él le mordía el cuello—. Necesitaba que alguien me rompa como Dios manda…
    
    —¿Y tu marido… qué hace? ¿Te da un besito y se duerme?
    
    —Ese boludo me la mete como si tuviera miedo. No me sabe ...
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