1. Consulta Íntima: La Doctora que Me Abrió el Deseo


    Fecha: 24/10/2025, Categorías: Lesbianas Autor: ExpuestaFem, Fuente: TodoRelatos

    ... tan mojado que sentía las gotas bajando por el interior de los muslos.
    
    Ella me miró sin disimulo. Bajó la vista con lentitud, como si recorriera un manjar. Se detuvo en mis caderas, en mi monte de Venus brillante y cálido, y se mordió el labio.
    
    —No llevas ropa interior… —dijo con una sonrisa que me hizo hervir.
    
    —No… nunca uso… —contesté en un susurro, con la cara encendida de vergüenza.
    
    Me giró con suavidad. Sus manos me tomaron por la cintura y me hizo dar la vuelta.
    
    Sentí su mirada clavarse en mis nalgas desnudas, redondas, altas. Estaba completamente expuesta. Me miraba como si me fuera a devorar.
    
    —Dios, Daniela… —murmuró—. Tienes un cuerpo que pide ser besado…
    
    Volvió a girarme. Y ahí estaba yo, parada frente a ella, desnuda, temblando, con mi sexo empapado justo a la altura de su rostro.
    
    Me sentí tan vulnerable. Tan perra. Tan caliente.
    
    —Así que… ¿te duele por aquí abajo? —dijo ella, bajando la voz.
    
    Me temblaban las piernas. Pero di un paso más, acercando mi coño a su boca.
    
    Ella lo miró con deseo. Sus ojos pasaban de mis labios gruesos y húmedos a mi rostro avergonzado. Sabía lo que estaba haciendo conmigo. Sabía que yo no podía más.
    
    —Tienes una vagina hermosa… perfecta… —susurró.
    
    Y entonces lo hizo. Me tocó.
    
    Sus dedos fueron tan suaves, tan cálidos… que no pude contener un gemido. Me abrí sola, sin que me lo pidiera. Instintivamente. Quería que me viera. Que metiera los dedos. Que me lamiera.
    
    El aire se llenó del olor de mi ...
    ... deseo. Ella se acercó más, sus dedos abrieron mis labios húmedos, palpitantes, como si fueran un regalo que iba a desenvolver.
    
    Yo me sujeté de la camilla, inclinando la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados y los pezones apuntando al techo.
    
    —Respira, mi amor… solo quiero ayudarte a entender lo que sientes… —me dijo.
    
    Y juro por todo lo que me calienta, que si su boca me tocaba un poco más, me iba a correr antes de que siquiera me penetrara.
    
    —¿Eso… duele? —le pregunté, viendo cómo sostenía el espéculo con una mano y me acariciaba la pierna con la otra.
    
    Ella sonrió, tranquila.
    
    —No, mi amor. No tiene por qué doler. Pero si estás nerviosa… te puedo mostrar primero… para que lo veas en mí. Así no tienes miedo.
    
    Y empezó a desabotonar su blusa.
    
    Yo me quedé sin aire. Literal. La veía desnudarse frente a mí y sentía cómo se me apretaba el pecho, cómo el calor entre mis piernas volvía a subir en oleadas.
    
    La bata cayó por sus hombros. Luego la blusa.
    
    Quedó con un sujetador blanco que no podía contenerle los senos grandes, redondos, firmes. Se los desabrochó con calma… y de pronto, quedaron ahí. A la vista.
    
    Sus pezones eran rosados, duros, como si también estuviera a punto de explotar.
    
    Yo tragué saliva. No sabía si era vergüenza o hambre lo que sentía.
    
    —Doctora… usted también tiene los pezones duros… —murmuré, con la voz temblorosa.
    
    Se acercó. Me puso los pechos justo frente al rostro, tan cerca que sentía su calor, su aroma.
    
    —Tócalos, si ...
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