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Gritos de éxtasis y agonía en el callejón (II)
Fecha: 13/12/2025, Categorías: Gays Autor: Jhosua, Fuente: TodoRelatos
... nos das ese poder”. Y al escuchar al tercero, dando por hecho que aquello había sido a la fuerza, cuando desde un principio di mi consentimiento. No luché, ni grité, ni nada por el estilo, me entregué a ellos. Suelta. ·“Sabemos que si eres como dices, un chico heterosexual, no nos denunciarás por no pasar la vergüenza y humillación de relatar los hechos; menos cuando tengan que realizarte la exploración”. ·“En tus manos lo dejamos. Si crees que nos hemos propasado, supongo que, no querrás que tus amigos sepan que te han follado unos tíos; ya que, inocente o no, aun así, te pondrán la medalla de maricón”. La experiencia fue intensa, cruda y liberadora. Al final, me quedé solo en el callejón, con el eco de sus risas y mi propio corazón latiendo con fuerza. Me alejé, caminando hacia la luz del amanecer, con una nueva comprensión de mí y de los límites que había decidido explorar. Esa noche, en ese callejón de Madrid, aprendí que la vida, a veces, nos presenta retos que, si aceptamos, pueden transformarnos. Mientras caminaba, mis pensamientos se entrelazaban con las imágenes de lo ocurrido. El tacto áspero de sus manos, el sabor agrio de su semen, el dolor agudo de sus embestidas, todo se mezclaba en una maraña de sensaciones que me dejaban aturdido. Pero también había algo más, una especie de satisfacción perversa, como si hubiera descubierto una parte de mí que siempre había estado oculta. Caminaba hacia mi residencia, llevando tan solo ese enorme ...
... suéter y mis zapatos, prenda que ocultaba escasamente mis nalgas. En el camino escuchaba comentarios de aquellas personas que pasaban en sus coches, y que seguramente, me tomaban por una prostituta. Exclamaban. ·“Ey, putita, ven a comerme el rabo”. Me soltaban uno. Añadiendo otro. ·“¿Cuánto cobras, zorra?” Desde la lejanía, escuchaba gritarme. Comentarios que me acompañaron hasta llegar a mi lugar de residencia que, no tuve tanta suerte al entrar. Las primeras luces del amanecer se filtraban por las ventanas del portal cuando finalmente llegué a casa. El suéter, mi única prenda, era un recordatorio frío y pegajoso de la noche. El silencio del edificio era un contraste bienvenido, pero se rompió cuando el ascensor se detuvo en el cuarto en vez que en mi planta. La puerta se abrió y, para mi horror, ahí estaba él, mi vecino del cuarto, un lascivo sesentón con una barriga incipiente y una mirada que me hacía sentir sucio. Sus ojos me recorrieron de arriba abajo, y supe de inmediato que mi apariencia no le pasaba desapercibida. ·“Vaya, vaya, vecinito. ¿De dónde vienes tan provocativo?”. Me espetó, su mano, con descaro, se posó en su entrepierna, amasando su incipiente bulto. Mi corazón se aceleró, y la vergüenza se apoderó de mí. Exclame. ·“No creo que eso le incumba, señor. Es mi vida”. Mi voz, quebradiza y baja, apenas fue un susurro. El agotamiento me venció, y las palabras salieron de mi boca sin control. Su rostro malhumorado, no me quedo otra que ...