1. Cornudo dominado


    Fecha: 30/12/2025, Categorías: Infidelidad Autor: Juan m 8722, Fuente: CuentoRelatos

    Ana entró al departamento arrastrando los pies, con el pelo desordenado, la boca hinchada y una mancha oscura que trepaba por la falda hasta el muslo. La falda, rota y pegada a la piel por el sudor y la suciedad, tenía marcas de dedos que la manosearon con rabia y sin tregua. Ni siquiera cerró la puerta bien; la dejó abierta como una invitación para que el aire sucio entrara junto con su vergüenza.
    
    Esteban seguía ahí, como un estúpido, parado frente a la ventana, inmóvil, tragando saliva y sin atreverse a mirarla.
    
    Ella lo cruzó con la mirada, lenta, y se sacó los tacos uno a uno, dejándolos caer al suelo con un ruido seco. La sonrisa torcida iluminaba sus labios manchados de rojo y saliva seca.
    
    —¿No vas a preguntarme dónde estuve, pelotudo? —dijo despacio, desafiándolo.
    
    Se sentó en el borde de la mesa con cuidado fingido, como si sentarse fuera un tormento, pero sus ojos brillaban con un fuego oscuro.
    
    —Me dejaron hecha mierda. —Se rió, levantando la falda hasta la cintura, revelando la carne marcada y húmeda—. Mirá esta concha, roja, hinchada, abierta como una puerta de burdel. Me la cogieron todos sin pedir permiso, como si fuera una muñeca de trapo rota. Me tiraron del pelo, me mordieron, me escupieron, me usaron de sucia sin importarle nada.
    
    Un hilo espeso, blanco y caliente resbalaba desde su entrada, goteando sobre su muslo con un ritmo lento, repitiendo el castigo que le habían dado.
    
    —Uno me levantó la pollera y dijo: “Esta ya viene mojada, está ...
    ... pidiendo verga esta trola”. Me empujaron contra la pared, me doblaron en dos, me hicieron gritar como una perra en celo. Y yo… yo me corrí como una puta desesperada. Me pusieron en cuatro, me rompieron el culo, me dejaron el orto lleno y sangrando.
    
    Esteban la miraba sin poder decir nada, tragando saliva con la boca seca, como si escucharla fuera humillarlo en el aire mismo que respiraba.
    
    —¿Querés saber lo peor? —dijo Ana, bajando la falda otra vez y sacudiéndose el polvo de las piernas—. Esta mañana, mientras vos laburabas como un pelotudo, entró Juan. Ese hijo de puta que siempre me mira el culo cuando venís con él. Ni siquiera me saludó, me agarró de la cintura y me aplastó contra la heladera.
    
    Ella se llevó una mano al pecho, tocándose el pezón duro, duro, bajo la camisa manchada.
    
    —Me bajó la bombacha y me partió el orto ahí mismo, con furia. Me dobló sobre la mesa donde vos comés, escupiéndome entre las nalgas y metiéndola sin pedir permiso. “¿Esto no te lo hace el boludo de tu marido? —me susurraba—. ¿Esto te lo da ese pobre infeliz?”. Y yo asentía, gimiendo, sintiendo cada embestida como un puñal directo al alma.
    
    Se tocó la boca con la punta de la lengua, manchada de saliva y sangre seca.
    
    —Se vino adentro, reventándome el culo. Me apretó fuerte las caderas y se fue sin decir ni chau, como si yo fuera un trapo sucio que ya no servía.
    
    Ana se chupó el dedo índice, húmedo y tembloroso.
    
    —Y después, subí al auto con un tipo cualquiera, no sé ni cómo se ...
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