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Cornudo dominado
Fecha: 30/12/2025, Categorías: Infidelidad Autor: Juan m 8722, Fuente: CuentoRelatos
... llama. Me miró y sonrió, me dijo “subí” y no me preguntó nada más. Me bajó la ropa, me abrió las piernas, me colgó los muslos en los hombros y me la metió parada, sin pausa, sin piedad. El asiento crujía, yo gemía, y él no paraba de clavarme hasta que acabé contra el vidrio, rota, empapada. —Cuando terminó, me abrió con los dedos y se puso a chuparme la leche caliente, limpiando todo con la lengua como un perro hambriento. “Qué rica estás, puta”, me decía. Y yo me corrí de nuevo, desesperada, rota. —Y para colmo, vino Martín, ese bruto gigante que no sabe más que romper y hacer daño. Me dio vuelta, me tiró sobre una mesa sucia llena de grasa y me la metió en el orto sin aviso, sin preguntar. Me quemaba, me ardía, me reventaba, y mientras me destrozaba, los otros se cagaban de risa: “¡Dale culiao, metele toda que esta se banca lo que venga!”, “¡Estás hecha una puta, mamita, reventala!”. Ana abrió más las piernas, dejando caer otra gota blanca y caliente desde su concha ensangrentada. —Estoy rota, Esteban. Toda usada, toda llena, con la concha abierta y el culo marcado. Caminando torcida, sin poder ni sostenerme. Se acercó, le rozó la barbilla con dos dedos duros. —Sos mi marido. Pero eso no te da derecho a nada. No a preguntar, ni a opinar, ni a hacer nada. Sos el que espera, el que limpia, el que mira, el puto cornudo. Esteban bajó la cabeza, incapaz de mirarla a los ojos. Esteban no dijo ni una palabra. La cabeza le pesaba, clavada entre los ...
... hombros, la respiración agitada, la cara ardiendo de vergüenza, deseo y derrota. Sus ojos evitaban los de Ana, que lo fulminaba con la mirada, implacable. Ella se bajó de la mesa sin apuro, parándose justo frente a él. Abrió las piernas con descaro, dejando a la vista su concha hinchada, roja, chorreando ese semen ajeno que todavía goteaba lento y caliente. —¿Qué mirás, pelotudo? —le escupió con desprecio—. ¿Querés probar un poco de lo que me dejaron los machos de verdad? ¿O vas a seguir ahí, congelado? Esteban no abrió la boca. Ana le agarró la cabeza de un tirón, con mano firme, y la empujó hacia abajo. —¿Querés saber a qué sabe una puta bien cogida? Sin esperar respuesta, subió otra vez a la mesa, abrió las piernas al máximo, y le apuntó con el sexo mojado, brillando, sucio, gota tras gota cayendo sobre el suelo. —Arrodillate, cornudo. Dale, al piso. Como el perro que sos. Él bajó sin decir ni mu. Se arrastró torpemente, hasta quedar entre sus piernas abiertas, con la nariz a la altura de su vulva ensangrentada. —Limpiame. Chupame toda la leche que me dejaron adentro. Tragátela toda, basura. No dejes ni una gota, sorete. Esteban hundió la cara sin dudar. La boca se abrió, la lengua arrancó su recorrido por cada pliegue caliente, cada rincón húmedo, lamió sin descanso. Bajó con reverencia por el culo abierto, sucio, marcado y sangrante. Mientras lo miraba con una sonrisa perversa, Ana se tocaba los senos, acariciándolos despacio, gozando de su ...