El amor de mi esclava
Fecha: 28/04/2018,
Categorías:
Dominación
BDSM
Autor: charlygaucho, Fuente: CuentoRelatos
... su cabeza. Un torso deslumbrante cubierto por un corpiño negro surgió ante mi vista cubriendo un par de tetas bellas y turgentes que se convertían en una de las partes más deseables de su ser. Le saqué sus zapatos y desabroché su pollera. Me agaché para bajársela, advirtiendo la presencia de una bombacha que formaba un conjunto con su corpiño. Su ropa interior negra era sensual, excitante, con puntillas que la adornaban en la transparencia reveladora de sus encantos y secretos. Parecía haber sabido lo que iba a suceder cuando eligió ese conjunto de ropa interior, que realzaba sus curvas y encantos y destacaba los misterios que guardaba. Cuando sólo la bombacha y el corpiño cubrían parte de su cuerpo me alejé un poco y disfruté de la visión de esa belleza deslumbradora que el destino me había entregado y que yo debía terminar de conquistar en aras de lograr el objetivo tan deseado. Me acerqué nuevamente, desabroché su corpiño, besé, lamí y mordí sus pezones, apreté sus tetas mientras ella me dejaba hacer. Deslicé lentamente su bombacha hacia sus tobillos, ella levantó sus pies para permitirme sacarla y entreabrió sus piernas para que pudiese observar la belleza escondida de sus recónditos tesoros. Abracé sus nalgas, tomé un globo con cada mano y mientras mi lengua exploraba las profundidades de su garganta, mis manos abrían la quebrada de su culo permitiendo que algún dedo ansioso se acercase hasta el anillo sombrío de su entrada prohibida. Me alejé un poco para ...
... apreciarla en su integridad. La vi cohibida. Como queriendo taparse y no animándose a hacerlo. Sus ojos se dirigían avergonzados al piso, sus brazos inquietos se posaban a los lados del cuerpo sin saber qué hacer, moviéndose nerviosos. Su cara ruborosa, permitía descubrir toda la contradicción entre su deseo de entregarse y su inhibición frente a su desnudez. Bajé la vista, recorrí su cuello, sus hombros. Sus tetas. Dos colinas hermosas que adornaban su pecho. Firmes, apuntando al frente, con esa blancura que da el hecho de no haberlas expuesto nunca al sol, eran montañas impresionantemente inversas, con la nieve en sus lados y las rocas en su cima. Sus areolas eran el majestuoso coronamiento de esas glándulas imponentes que clamaban por caricias, por besos, que llamaban para ser disfrutadas. Sus pezones. Esos cilindros compactos y enhiestos que se proyectaban endurecidos hacia adelante. Siempre me gustaron las mujeres con pezones bien formados. Las tetas sin pezones son anodinas, como tazas sin manija. Estos eran espectaculares. Casi seguro, los mejores extremos que hubiese visto. Me costó un esfuerzo supremo reprimirme para no acariciarlos, sobarlos, exprimirlos, pellizcarlos, retorcerlos. Ya llegaría el momento. Seguí por su cintura, su ombligo, su vientre. Llegué al piloso triángulo que señalaba el ingreso al femenino túnel del placer. Era un vello abundante, pero muy cuidado, muy arreglado, haciendo que su abundancia no ocultase los labios secretos de su entrepierna. Bajo ese ...