1. Klara


    Fecha: 05/06/2018, Categorías: Sexo con Maduras Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Hola. Mi nombre es Clara, y lo que voy a contar sucedió hace ya ocho años. Cuando me miro en el espejo me sigo gustando. No es que sea una belleza de relumbrón, pero mis ojos oscuros, grandes y sombreados por largas pestañas siguen teniendo ese brillo que tantas veces me han admirado. La boca es quizús demasiado grande, con labios gruesos y sensuales de los que se reían mis hermanos cuando era pequeña, pero que ahora estún de moda. Mis pechos siguen erguidos, ahora que ya soy madre y que aún han crecido mús. Aún recuerdo mis apuros cuando fui la primera de la clase en llevar sujetador, y el complejo que tuve a causa de su tamaño. El resto prefiero dejarlo a vuestra imaginación: bastarú con deciros que la inmensa mayoría de los chicos empezaban admirando mis ojos, pero pronto pasaban a querer tocarme las tetas y, en cuanto conseguían esto, a pedirme que se la chupara “con esa boquita de zorra que tienes”. Sí, algo de eso deben de ver en mí, aunque es cierto que hasta que ocurrió lo que os voy a contar ahora el sexo no tenía un papel muy importante en mi vida. Empecé a masturbarme con catorce años, y rara vez mús de una vez por mes. Ya os he contadolo que en mí veían los chicos. En cuanto me besaban por primera vez las manos se les iban a mis tetas (¡lo que las habré maldecido por ello!), proporcionúndome mús verg¸enza que placer. A los diecisiete años, después de un año saliendo con mi primer novio, Juan, me sentí obligada a perder la virginidad. Era la última de la ...
    ... pandilla, pero la experiencia no fue nada del otro mundo. No es que lo pasara mal, pero en cuanto el dolor empezaba a desaparecer y estaba a gusto, mi novio se corrió. Con decir que lo hicimos sin condón, os daréis cuenta de lo descerebrados que éramos. Para colmo, no sangré y mi novio no se creyó que no lo hubiera hecho antes. Se lo contó a todo el mundo y eso aumentó una reputación de calentorra que nunca he sabido muy bien en qué se basaba porque no tenía nada que ver con la realidad. En fin, entre el miedo al embarazo, que Juan me dejó y las cosas que tuve que oír de mis compañeros de clase (casi siempre acerca del volumen de mis pechos o invitúndome a chupúrsela, mús que a otras cosas) no me quedaron ganas de repetirlo. Hasta un año mús tarde. Afortunadamente, dejé el instituto y empecé en la universidad. Como la economía familiar no era demasiado boyante, empecé también a trabajar como canguro. Para ello me dirigí a una agencia. Nunca se me hubiera ocurrido lo que iba a cambiar mi vida aquel trabajo. En efecto, llevaría un par de meses cuando el destino quiso que me contratara un matrimonio formado por dos de mis profesores. A él le llamaré Carlos. De unos cuarenta años, alto y delgado, y con sienes comenzando a platearse, tenía a la mitad de sus alumnas enamoriscadas de él. Nunca jamús faltaba a clase y era muy buen profesor, pero por supuesto no era eso lo que les (¿debo decir nos? Yo creía que no) atraía. Tenía fama de duro, pero también de justo. Muy agradable, con una voz ...
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